La salud mental es un tema candente en nuestra generación, desde tertulias a artículos, pasando por la nueva línea de prevención del suicidio: el 024 y por el tan famoso “¡Vete al médico!” increpando a Errejón en el Congreso. Su importancia se destaca si atendemos a algunos datos aportados por la Confederación de Salud Mental en España, la cual señala, entre otras cosas, que casi la mitad de los y las jóvenes de entre 15 y 29 años (48,9 % por ser exactos) considera que ha tenido algún problema de salud mental y que al menos el 25 % de la población total lo tendrá a lo largo de su vida.
Sin ir más lejos, una vez un amigo muy de izquierdas que tuve hace un tiempo me dijo, a propósito de la salud mental y de la conveniencia o no del trabajo de los psicólogos y las psicólogas, que lo que hacía falta eran más sindicatos y menos terapias. Es cierto que la pobreza y la precariedad ocasionadas por políticas neoliberales tales como los recortes en educación y sanidad, la precarización del trabajo, la facilitación del despido o las dificultades para la conciliación que golpean especialmente a las mujeres tienen consecuencias desastrosas para la salud mental. No tengo reparos en afirmar que todo lo relativo a la salud mental es un campo de batalla radicalmente político y que la izquierda ha de tenerlo muy presente. No hay más que ver, por ejemplo, los ensayos Salud mental y capitalismo de la editorial Cisma donde todo esto se analiza detenidamente.
Habiendo dicho eso, considero que el argumento de aquel viejo amigo está equivocado y pecando quizá de simplismo en su análisis. Su solución plantea varias problemáticas, la más importante siendo: ¿Qué hacemos con las personas cuya salud mental esté demasiado dañada como para arreglarse con unas mejores condiciones de trabajo? La posibilidad de recibir asistencia psicológica se encuentra profundamente conectada con la capacidad económica de las personas, de ahí que muchas se estén quedando fuera por los elevados precios en el sector privado y por una absoluta falta de recursos en la sanidad pública.
Una falta de recursos que, por cierto, el Gobierno de España no termina de afrontar de una manera satisfactoria tal y como han señalado la mayoría de sociedades científicas españolas a propósito de la nueva estrategia de salud mental que se anunció a finales del año pasado y que contará con 100 millones de euros de financiación para ser implementada desde 2022 hasta 2026. Y tal situación no puede permitirse en un país donde el suicidio, que afecta muy especialmente a la juventud, es la primera causa de muerte no natural si atendemos a los datos del INE.
Centrándonos en la cuestión con más detalle, señalaría que hay que ser muy conscientes de lo mucho que puede influir la terapia psicológica en una persona a la hora de reconfigurar la manera en la que esta se observa a sí misma en relación con el entorno (en psicología esto se conoce como autoimagen) y de que, en realidad, los efectos de toda terapia no pueden aislarse de las historias personales previas y del contexto general de la época. Sabiendo esto, es lógico considerar que existe el riesgo de que una terapia bienintencionada bajo las condiciones del capitalismo actual pueda contribuir a solidificar una subjetividad neoliberal que, en esencia, responsabilice al individuo de todo aquello que a este le rodea. Y algo así es muy útil para un sistema que precisa de una ideología que haga pensar a la gente que cada cual es dueño de sus alegrías y sus desgracias y que si uno no ha llegado a donde quería llegar es porque puso excusas y no se esforzó lo suficiente.
Argumentemos esto más: Todo aquel que ha pasado por un psicólogo o una psicóloga (y el que escribe no es inocente, de ahí que este asunto me toque más de cerca) sabe que ha de poner en tela de juicio qué es lo que entiende por sí mismo y de sí mismo en relación con todo aquello que le ha rodeado y rodea. Para hacerlo, entre otras cuestiones, es fundamental revisar qué es lo que puede asumirse bajo nuestra responsabilidad, control, etc. y qué no.
Y esto es clave en la ideología neoliberal, ya que esta necesita generarnos una enorme culpabilidad gracias a hacernos creer que todo o casi todo lo que nos pasa es culpa nuestra. Además, a nadie se le escapa que vivimos asaltados por productos culturales, influencers, sesiones de coaching barato e incluso por amigos y familiares que nos repiten mantras tales como “si quieres puedes”. Dicho esto, no es de extrañar que pueda plantearse que la asistencia psicológica, incluso haciéndonos ver todos estos condicionantes ajenos a nuestro control, termine por fortalecer algunos de los pensamientos insanos y dañinos que la psicología (en sus variantes más conocidas y practicadas en España) se esfuerza por combatir.
De hecho, puedo decir que a nivel personal, aún sabiendo lo anterior y contando con una buena profesional que me invitaba a reflexionar sobre la influencia en mí de asuntos tan capitales en la conformación de la personalidad como la ideología neoliberal o el heteropatriarcado, pasé por momentos en los que intenté poner bajo mi control cosas que estaban fuera de él y sufrí por ello. Y esto, por lo que he leído y hablado con personas que también han ido a terapia psicológica, es mucho más común de lo que parece incluso teniendo un psicólogo o una psicóloga de calidad. En cualquier caso, tal posibilidad no ha de hacernos caer en un un determinismo que nos lleve a pensar que la psicología está irremediablemente condenada a reforzar las lógicas de mercado. Muy al contrario, puede ser un espacio seguro muy positivo desde el que rebelarnos contra estas. El asunto es mucho más complejo y habría que ver caso por caso aunque tengamos presentes los riesgos que he comentado.
En conclusión, diría que si bien es cierto que las condiciones laborales de los trabajadores y las trabajadoras tienen un impacto innegable en la salud mental, la obligación del pensamiento emancipador y de izquierdas no solo sería la de centrarse en la cuestión de los recursos económicos sino la de elaborar discursos creíbles y potentes que posibiliten el ejercicio de una psicología transformadora que haga hincapié en todos aquellos condicionantes ideológicos y materiales que invaden nuestra subjetividad. Es preciso que seamos muy conscientes de que el sentido de la psicología en estos tiempos se encuentra en disputa política y que los adversarios se encuentran en una posición ventajosa por el mero hecho de que aquello que defienden es necesario para el mantenimiento del sistema actual, de ahí que tengamos que plantar batalla cuanto antes. Nos va, literalmente, la vida en ello.
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