Ahora que nos encontramos envueltos en los tambores de las elecciones europeas, recordamos que a finales de mayo, Furor TV, a través de Álvaro Toca (TocaHistoria), Aitor González (Avanza) y Ayme Román (No Obstante), acudimos a Bruselas para cubrir el Panel Ciudadano Europeo celebrado a finales de mayo por la Comisión Europea.

Os ponemos en situación, imagínate que un día gris de abril estás aburrido en el sofá a las 16 de la tarde, tanteando entre una siesta o continuar un infinito scroll en tus redes sociales. Sin embargo, tu teléfono rompe tu apatía con su politono predeterminado. ¿Spam? Piensas, el aburrimiento hace que cojas el teléfono. Sorpresa. Te invitan a una dinámica de democracia directa hecha por la Unión Europea en tres sesiones remuneradas y a gastos cubiertos, dos de ellas con traslado y alojamiento en Bruselas. Emocionado, dudas de si aceptar, ¿será una estafa de las que dicen en la TV? Finalmente, te lanzas a la piscina y aceptas. Enhorabuena, vas a formar parte del Panel Ciudadano Europeo para combatir el odio organizado por la Comisión Europea.
Pero bueno, ¿qué es un Panel Ciudadano Europeo y por qué es importante?
Bien, los paneles ciudadanos europeos son un experimento de democracia directa paneuropea, llevada a cabo por la Unión Europea, de cara a crear sugerencias que serán tomadas en cuenta por la Comisión Europea.
Los paneles están compuestos por 150 ciudadanos seleccionados de manera representativa de todos los Estados miembros de la Unión Europea. Esta diversidad incluye una variedad de edades, géneros, etnias y distribución geográfica, asegurando que las discusiones y recomendaciones reflejen una amplia gama de perspectivas y experiencias. Por ejemplo, en España no sólo estaban representados ciudadanos de Madrid y Barcelona, sino de entornos rurales de la Rioja o Andalucía o de ciudades dormitorio de País Vasco o Palencia. Para seleccionar a los ciudadanos se combinan datos del Eurobarómetro y el Eurostat. Un sistema de cuotas garantiza una proporción equilibrada de géneros, que también fija en un tercio la proporción de jóvenes entre 16 y 25 años.
Las metodologías aplicadas fomentan un ambiente de colaboración y diálogo constructivo, crucial para la creación de recomendaciones prácticas y efectivas.

¿Cómo funciona?
El Panel se dividió en tres sesiones.
- Una primera en Bruselas, 5, 6 y 7 de abril
- Una segunda sesión en línea, entre el 26 y 28 de abril
- Una última sesión, de nuevo presencial en Bruselas, entre el 17 y el 19 de mayo.
Durante las sesiones se entrelazan los:
Debates Abiertos: Espacios donde los ciudadanos podían expresar libremente sus opiniones y experiencias personales sobre el odio y la discriminación.
Consultas con Expertos: Sesiones con especialistas en derechos humanos, políticas públicas y otros temas relevantes que proporcionan contexto y conocimientos adicionales para las discusiones, a los que los ciudadanos podían preguntar dudas.
Trabajos en Grupos: Actividades en pequeños grupos (donde las 150 personas serán divididas en doce personas por grupo) para fomentar un diálogo más profundo y la generación de ideas innovadoras.
Reuniones Plenarias: Encuentros donde se refinaban las recomendaciones antes de presentarlas a la Comisión Europea, cada grupo escogía un portavoz para ello.
Y por supuesto, pausas para el café y almorzar entre las sesiones diarias. Donde como bien es sabido, se dan conversaciones informales que ayudan a reforzar lazos y continuar con aquellas conversaciones que no dieron tiempo o quedaron incompletas. No podemos sino recordar experiencias como una pareja jubilada de un pueblo de Córdoba que nos pidió ayuda con su smartphone para usar el Google Translate y así comunicarse con su colega de Panel, de nacionalidad letona, y aclarar unos puntos sobre la discusión que habían mantenido en la anterior sesión.

¿Y para qué sirve todo esto?
Si el ejemplo anterior no te ha hecho reflexionar sobre la importancia de estas actividades, te recordamos que sí, las relaciones humanas son la argamasa con la que se cimienta la democracia.
Y es que no podemos olvidar casos que destacamos como el de José (nombre fictio para proteger su identidad), un agricultor castellano que nunca había salido de su Comunidad Autónoma, siendo esta la primera vez que cogía un avión en su vida. Esta experiencia le ayudó a humanizar a colectivos que antes rechazaba (como el colectivo LGTB) al conocerlos de primera mano. Lo mismo con Mihai, de Rumania, quien nos contó que este Panel ayudó a reducir su gitanofobia tras entablar amistad con un búlgaro durante el Panel…que descubrió en la tercera sesión que era de etnia romaní. Testimonios así florecieron por todo el Panel actuando como un dique de contención contra el odio, “ese riesgo fundamental para nuestra democracia”, tal y como afirmó la vicepresidenta de Democracia y Demografía de la Comisión Europea, Dubravka Šuica, quien intervino por videoconferencia en la última sesión. Porque las palabras violentas, causan hechos violentos. El Alto Representante Josep Borrell también en la misma línea afirmó hace poco: “Trágicamente la historia se repite. Los conflictos y la desinformación están plantando las semillas del odio. No podemos repetir los errores de hace 75 años, (…) si no arrancamos las semillas del odio, sus amargos frutos nos atragantaran”.
Una democracia sana tiene la particularidad de que es un sistema que es a la vez medio, al ser el mejor instrumento para alcanzar la prosperidad, y a la vez por esa misma razón es también un fin. La inteligencia colectiva y el conocimiento de red engrasan el baluarte de la democracia, he ahí la importancia del Panel Ciudadano como herramienta democrática.
Las recomendaciones son consideradas por la Comisión Europea y su potencial para influir en la legislación y las políticas a nivel europeo, que se espera que se materialicen en normativa jurídica concreta.
La democracia directa del Panel permite a los ciudadanos participar directamente en la toma de decisiones políticas, reforzando así el sentido de pertenencia y responsabilidad colectiva en la sociedad, fomentando una mayor transparencia, reduciendo la distancia entre gobernantes y gobernados, lo que puede conducir a una mayor legitimidad y aceptación de las decisiones, al derribar en los europeos que participan esos mitos euroescépticos sobre una opaca legión gris de burócratas decidiendo sobre asuntos que no conocen desde un despacho elitista.
Los ciudadanos europeos señalaron en el Panel que el odio que surge en la sociedad tiene diversas causas y fuerzas motrices, en las que interactúan aspectos emocionales, sociales y económicos. Los rápidos cambios sociales y culturales actúan como importantes catalizadores de sentimientos de pérdida y desventaja, lo que conduce a una escalada del odio. Las recomendaciones finales del Panel han sido diversas y van desde la potenciación de una educación en clave tolerante hasta aumentar las ayudas a colectivos en riesgo o reducir la desigualdad social.

Una vieja historia.
Y es que la democracia es parte de nuestra cultura y tradición histórica como europeos, desde el Ágora ateniense, pasando por el Senado deliberativo romano, por el Thing vikingo, las elecciones y sistemas de particpación ciudadana de los concejos o anteiglesias en la Edad Media española hasta los consejos comunales italianos de Florencia, Génova o Venecia o las asambleas locales en el Ducado de Brabante en Países Bajos. La democracia ensambla nuestra identidad colectiva y por ello debe ser preservada como una antorcha que nos ilumine en estos momentos de asedio reaccionario, tinieblas y ebullición de odios que se creían extinguidos.
La defensa de la democracia no pasa por claudicaciones y retrocesos consentidos (ya sabemos cómo acabó esa estrategia de apaciguamiento el anterior siglo) sino por reforzar y pisar el acelerador democrático. El Panel Europeo es sólo el inicio del viaje de la Unión Europea para evitar un repliegue reaccionario sobre sí misma ante las múltiples amenazas multinivel a las que se enfrenta: estancamiento económico, invierno demográfico, dependencia industrial, dependencia energética, dependencia tecnológica, dependencia militar, amenazas externas en el sur (Marruecos reclamando territorio español), en el sureste (Turquía reclamando territorio griego) y en el este (Rusia invadiendo Ucrania), más las propias amenazas internas que buscan desestabilizar la Unión y volar los puentes que tantas décadas de dolor nos hicieron construir.
La línea en la arena: El ellos contra el nosotros, la alargada sombra del gran Otro.
Jean-Paul Sartre, en su obra “El ser y la nada”, ya nos recuerda que “el infierno son los otros”, una afirmación que refleja cómo la existencia del Otro es esencial para la auto-definición, pero también una fuente de conflicto y alienación. Humberto Eco ya alertó sobre el peligro de dibujar una línea en la arena y situar a un lado el “ellos” y al otro lado el “nosotros”.
En el contexto europeo contemporáneo, las líneas en la arena se dibujan con mayor rigidez ante la sombra alargada de ese gran Otro, que siempre ha existido, pero cambia en función de las fobias coyunturales. Si en los 50 los españoles éramos parte del “ellos” y sufríamos el racismo en Francia, siendo las mujeres limpiadoras tildadas de forma despectiva como “carmencitas”, ahora son otros colectivos quienes sufran el odio y la xenofobia en sus carnes. No solo eso, Zygmunt Bauman, en su análisis de la modernidad líquida, observa cómo la globalización y la interconexión han exacerbado los miedos y las ansiedades colectivas. La figura del migrante, del refugiado o del extranjero se convierte en el Otro que amenaza la seguridad y la identidad, reflejando un malestar profundo con la incertidumbre y el cambio. Mientras, la caída de la tasa de natalidad augura el miedo de que un continente envejecido caiga en ser un continente temeroso.
Pero ante este pesimismo, destacamos a Emmanuel Levinas, quien ofrece una perspectiva complementaria en “Totalidad e infinito”. Levinas postula que el rostro del Otro nos confronta con una responsabilidad ética ineludible. La presencia del Otro no es simplemente una amenaza, sino una llamada a la ética, una interpelación que nos obliga a reconocer la alteridad y responder a ella con hospitalidad y justicia.
La historia europea, rica en ejemplos, nos enseña que las líneas pueden ser tanto barreras insuperables como puentes hacia un entendimiento más profundo y una convivencia más justa. Ahora que los testigos de las guerras europeas del siglo pasado fallecen, la historia debe recordarnos como cicatrices en las rocas el camino de miseria al que nos lleva el odio.
No podemos sino terminar este artículo con la maravillosa reflexión de Víctor Hugo:
“Llegará un día en el que no habrá campos de batalla, sino mercados que se abrirán al comercio y mentes que se abrirán a las ideas. Llegará un día en que las balas y las bombas serán reemplazadas por los votos, por el sufragio universal, por el venerable arbitraje de un gran Senado supremo que será para Europa lo que el Parlamento es para Inglaterra, la Dieta para Alemania y la Asamblea Legislativa para Francia. Llegará un día en que un cañón será una pieza de museo, como lo son hoy los instrumentos de tortura. ¡Y nos sorprenderá pensar que estas cosas alguna vez existieron! (…) y no olvideís, que lo que ayer una vez fue utopía, es la carne y hueso de hoy.”
Experimentos como el Panel Ciudadano Europeo contra el odio van en la dirección correcta, porque para fortalecer la democracia, hay que hacer más democracia.
En este link podéis encontrar más información sobre este Panel Ciudadano de la Unión Europea para combatir al odio:
https://citizens.ec.europa.eu/index_es