Sería Schumpeter el que sentenciaría aquello de que “el capitalismo morirá de éxito” y, de momento, podemos permitirnos dudar de su futura muerte pero no de su éxito. Un éxito que, más allá de lo que apuntaría Lakoff en su famoso libro a propósito del segundo elefante más famoso del mundo para las izquierdas (el primero pasó a mejor vida a manos de nuestro rey emérito en Botsuana hace unos años) donde, entre otras cuestiones, reflexionaba sobre la importancia capital a la hora de construir mayorías políticas proclives al statu quo de los think thanks e ideólogos conservadores que invertían muchísimo dinero en propagar sus ideas; tiene que ver con la propia lógica sistémica, imponiendo unas maneras de estar en el mundo de las que no puede desprenderse ni la persona más izquierdista que pudiéramos imaginar.
Es por ello que, mal que le pese a la izquierda que se autodenomina materialista y auténtica que tanto critica a la izquierda mainstream, es imprescindible pensar más en todos aquellos elementos y dispositivos ideológicos que construyen nuestra subjetividad y menos en la elaboración de repetitivos y manidos discursos sobre la importancia de la esfera económica. De lo contrario, considero que la izquierda se afianzará en su impotencia frente a una ultraderecha cuyo avance se explica más por su capacidad de plantear las llamadas batallas culturales de un modo efectivo (no hay más que ver la importancia que da Vox a cuestiones tales como el feminismo o la unidad de España en toda su significación identitaria) que por sus llamamientos a la defensa de una clase obrera mayoritaria que solo existe en las cabezas de aquellos que aún piensan que situándola en el centro de la acción discursiva es posible construir una mayoría política y social transformadora.
El capitalismo no puede ni debe ser subestimado, máxime cuando este vive dentro de nosotros. Su triunfo es total pero no totalizante, ya que siempre existen pequeñas esferas donde la desmercantilización toma cierta forma y que sirven de pequeño refugio ante las tempestades de la lógica mercantil. No en vano autores como Bauman o Fromm plantearían, con sus errores y límites contextuales, la necesidad de pensar en cómo la ideología de mercado permea hasta el fondo de nuestros propios corazones (literalmente, y si alguien tiene dudas que le pregunte a Brigitte Vasallo) y todo lo que ello implica para la experiencia de nuestra propia subjetividad. Una subjetividad que, sin duda alguna, es neoliberal y que influye palpablemente en la manera en la que nos relacionamos con los otros e incluso en cómo vivimos el yo, estando este presionado constantemente por la necesidad de prosperar en un mundo donde la competitividad y la rapidez han alcanzado unos niveles que, si bien pueden ser soportados, parecen estar hechos a medida de aquellos capaces de cualquier cosa con tal de aumentar su capital económico, social, erótico, etc.
Y no, no hay quien escape de tal lógica por mucho que se apueste por la puesta a punto de espacios seguros, por la construcción de vínculos más sanos o por el enésimo intento de organizar el partido político más radical y puro del país ya que, lo queramos o no, no solo hemos conformado nuestra subjetividad dentro de la lógica de mercado (de ahí que incluso veamos sus ecos en mayor o menor medida en nuestros refugios particulares) sino que más allá de las fronteras de nuestra comodidad se encuentra un mundo del cual no podemos renegar y que nos obliga a sobrevivir valiéndonos en multitud de ocasiones de esas mismas prácticas que decimos rechazar. Es más, me atrevería a decir que ese intento (a veces desesperado) de construir pequeños espacios en los cuales podamos guarecernos de la frialdad del mercado no es más que otro síntoma del éxito de la ideología neoliberal, siendo el reverso tenebroso de tal realidad la proliferación de todo el ecosistema relacionado con el emprendimiento, las criptomonedas, etc. que, en realidad, no hace más que responder a la necesidad de muchas personas jóvenes (normalmente hombres) de salvarse individualmente de la forma que sea.
Como puede observarse, el discurso no es precisamente muy esperanzador. Y si a esto le sumamos la creciente depauperación de las condiciones materiales cuyos efectos podrían resultar en un avance de la extrema derecha tenemos aún más motivos para preocuparnos. Sin embargo, ningún futuro está escrito por mucho que marxistas, el destino o los astros digan lo contrario, de ahí que quepa la posibilidad de imaginar y construir futuros mejores. ¿Y cómo hacerlo? pues ojalá saberlo con certeza.
Lo que sí tengo claro es que, de haber alternativa de mejora, esta no vendrá de la mano de aquellos que se llenan la boca con consignas, análisis y mantras del pasado (que pueden emocionar mucho pero que carecen de efectividad política real) sino de los que deciden, pese a las dificultades y contradicciones, pensar en cómo nos afectan todos los dispositivos ideológicos del poder que conforman nuestra subjetividad y pelear desde todos los espacios de influencia posibles. Si queremos cambiar algo tenemos que mancharnos de neoliberalismo, no refugiarnos en nuestros espacios seguros a no ser que hayamos dado la batalla por perdida.
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