A principios del mes de mayo las personas comprometidas con el cambio en España asistimos en prime time a la nueva batalla por el liderazgo de la izquierda pospabloiglesias a propósito de las próximas elecciones andaluzas. Una batalla que, por razones obvias, ha de llevarse con la mayor discreción y no convertirse en la nueva telenovela de la política española. Nos jugamos muchísimo y necesitamos sembrar el mejor de los terrenos para que la futura hipotética candidatura de Yolanda Díaz se lance a la carrera electoral desde la mejor posición posible.
No hay que ser ingenuos ni llevarse a engaño. Los actores políticos llamados a la configuración de un espacio que pueda evitar que el proyecto de Yolanda Díaz vuelva a cosechar los resultados electorales de la IU de siempre se encuentran en una situación tensa. Y tal cosa viene de lejos. Prueba de ello es ver a Pablo Iglesias en Hora 25 confesar su comprensible desazón al ver cómo, según él, el proyecto de Íñigo Errejón hacía una pinza a Podemos con la ayuda de su tan amada Izquierda Unida. Pero no es necesario atender a las palabras del “militante” Iglesias para darse cuenta. Basta con ver cómo ardía la izquierda de Twitter en aquel momento con acusaciones cruzadas entre unos y otros aunque la inmensa mayoría de los y las dirigentes progresistas (lo cual se agradece) se mantuviera en silencio. Esto, sin duda alguna, revela que las heridas de ese espacio político que soñó con tomar el cielo por asalto continúan abiertas. Y lo que es aún peor, que esas heridas pueden terminar por condenarnos a todos y todas a un gobierno de involución democrática del PP y Vox.
¿Qué puede hacerse al respecto? Pedir responsabilidad y altura política a todas las partes. Ahora bien, quizás haya que exigir, a priori, mucho más a uno de los elementos de la ecuación. De hecho, he de decir que me sentiría muy deshonesto conmigo mismo si obviara que Podemos es el que más preocupa. La marca morada, de un tiempo a esta parte y por diferentes razones, ha ido perdiendo enteros de apoyo social. Y eso, si se lleva tan mal como parece llevarlo Pablo Iglesias (no creo que esté diciendo nada sorprendente), puede resultar un lastre para la futura candidatura. Así, es imprescindible que los de Ione Belarra sean conscientes de la posición que les toca jugar para no convertir la confección del proyecto de Yolanda Díaz en la enésima oportunidad que la izquierda brinda a los medios de comunicación para frustrar la posibilidad de un cambio político en España. De lo contrario, el desastre será mayúsculo no solo para la izquierda sino para el conjunto de la sociedad. Espero que impere la cordura y que no acaben por convertirse en una versión desmejorada de aquel “pitufo gruñón” que en su día irritó tanto a Pablo Iglesias.
Sin embargo, no todas las suspicacias han de caer sobre Podemos por muchas razones que se tengan para ello. También es preciso pedir a los antaño conocidos como errejonistas (habría que ver qué significa eso exactamente en 2022) y a los desencantados varios que podrían volverse a ilusionar de nuevo que no hagan con sus “verdugos” aquello que en su día criticaron a la dirección saliente de Vistalegre II. No es tiempo de revanchas ni de ajustar cuentas sino de fijarse en “los que faltan” (por acuñar una terminología de sobra conocida en el sector que terminó fundando Más Madrid) para intentar revalidar el Gobierno con una fuerza tal que permita definir el rumbo que necesita nuestro país. Es más, sería tan miope como injusto no tener en cuenta la importancia que aún posee Podemos y, sobre todo, dejar de lado a todas aquellas personas de enorme valor y compromiso que siguen en la formación morada. No sobra nadie y máxime estando a un año de que una de las peores ultraderechas de Europa pueda entrar en el Gobierno de España.
¿Y qué ocurre con Izquierda Unida, el tercero en discordia? A mi juicio, quizás sean más inteligentes y esperen a ver cómo sus aliados hurgan en la herida para ir ganando posiciones mientras se alían con los homólogos de Más País con el objetivo de debilitar a su antiguo socio preferente y, por qué no decirlo, de cobrarse su propia venganza con unos morados que les quitaron el protagonismo de la izquierda. En cualquier caso, ha de exigírsele lo mismo que al resto: responsabilidad y altura política. O en otras palabras, más Anguita (se le echa en falta) y menos infantilismo izquierdista.
Como puede verse, la izquierda española parece estar más cerca de ir a una terapia de pareja (un tanto poliamorosa, por cierto) que a unas elecciones generales. Hay un trauma no resuelto que es preciso abordar y cuyos síntomas no pueden ser escenificados para mayor gloria de nuestros adversarios políticos y del propio PSOE. Lo queramos ver o no, no habrá ni un solo simpatizante ajeno a las disputas internas entre partidos capaz de comprender que no hayamos sido capaces de ponernos de acuerdo, así que toca remangarse y trabajar en la dirección correcta bajo el liderazgo del mejor activo electoral que tiene la izquierda transformadora. Y eso no solo implica tratar mejor a nuestros compañeros y compañeras de viaje de cara a la galería sino hacer un trabajo interno para liberarnos un tanto de nuestras heridas pasadas mirándonos a nosotros mismos a nivel individual y colectivo.
Al fin y al cabo, las heridas también sanan cuando intentamos reconciliarnos con quienes nos hicieron daño y quizás esta sea una buena oportunidad para intentarlo ya seamos de Podemos, Más País, Izquierda Unida o de cualquier otro espacio que esté llamado a sumar en el futuro espacio político de la Ministra de Trabajo Yolanda Díaz. Lo contrario sería la antesala de la barbarie y no creo que queramos conocerla.
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