A raíz del conflicto ucraniano y el posicionamiento dentro de la izquierda, ha resurgido el debate del idealismo en las Relaciones Internacionales. Un debate que ya se vio en los conflictos de Irak, Libia o Siria. Esta discusión ha causado, por ejemplo, que la vicepresidenta Yolanda Díaz se desmarque de sus compañeros de gobierno para apoyar el envío de armas que proponía Pedro Sánchez o que el gobierno de coalición protagonizase una vez más aireados desacuerdos.
En el ámbito de estudio de las relaciones internacionales destacan varias teorías explicativas: las clásicas –realismo e idealismo– y las metateorías –constructivismo, teorías feministas, teorías críticas, etc.– Aunque esta distinción en la teoría sea clara, en la práctica se entremezclan los análisis y es difícil categorizar los autores y sus ideas. La izquierda fue pionera en las teorías críticas y constructivistas. Estas destacan por aportar más niveles de análisis a los fenómenos internacionales. Por ejemplo, no se analizan los estados como elementos unitarios y racionales sino se analizan las ideologías, las composiciones de clase, los relatos, personalismos, etc. Estos elementos son bastante unitarios en los discursos de la izquierda, no obstante, el elemento disruptor sería la diferenciación entre el discurso realista e idealista.
En pocas palabras, la teoría realista destaca los intereses geopolíticos, elementos militares y las dinámicas de las grandes potencias. La teoría idealista, tal como indica el concepto, se centra más bien en las ideas, la sociedad internacional y las dinámicas de cooperación transnacional.
La visión idealista de la izquierda en cuanto al análisis de las relaciones internacionales merece una crítica en tanto que la izquierda debería tener claro cuál es su objetivo y los medios para conseguirlo, no debe resolver asuntos de esta importancia bajo principios estrictamente idealistas, como puede ser el pacifismo, la autodeterminación, soberanía, etc. Los principios éticos no son un todo, sino una parte para complementar la realidad internacional y los objetivos ideológicos que se deseen.
Este desajuste puede venir explicado por la experiencia institucional que ha nutrido la izquierda desde el 15-M. Ha sido una experiencia nacional pero en especial municipal. Es un entorno donde el debate se centra en los posicionamientos ideológicos, el relato y la gestión institucional acorde a principios legales y morales estrictos. En cambio, el ámbito internacional necesita otra visión, otro análisis.
La característica principal del sistema internacional es que no hay una “Constitución”, no hay unas reglas del juego claras que los países deban seguir, no hay una institución que gobierne el mundo, hay anarquía. No se puede pretender que ciertos países impongan un modelo a seguir bajo el pretexto de “tener la razón” en cuánto a coherencia ideológica sin contar con el poder coercitivo (expresado en sus múltiples formas) necesario para exigirlo. Parece lógico, por tanto, que tener el mismo discurso y análisis en el ámbito municipal y en el internacional pueda llevar a errores.
En este artículo no pretendo decidir sobre quién tiene razón en cuanto al envío de armas a Ucrania. Las posiciones hasta ahora han sido: la socialdemocracia defiende mayoritariamente el envío de armas a Ucrania mientras que posiciones más marxistas mediante el “No a la Guerra” defienden lo contrario, aunque entre las dos posiciones hay una gran escala de grises. No pretendo criticar las posiciones sino el marco de análisis.
La gran mayoría de argumentos se esgrimen por valores éticos: derecho a la defensa, analogías con la guerra civil española, derechos humanos, antifascismo, democracia, autoritarismo… pero este conflicto igual que la gran mayoría de los conflictos post guerra fría no se basan en ello. Aunque los conservadores -e incluso la izquierda- definan este conflicto como un conflicto entre democracia y autoritarismo o libertad y dictadura, el motivo de la guerra no es ese. Este conflicto se origina por la expansión al este de la OTAN y del golpe de estado en Ucrania de 2014. Esta guerra trata sobre los sistemas de seguridad colectiva que imperan en el mundo y en especial en Europa.
Debemos analizar la situación dando el peso conveniente a las diferentes variables, sin dejarse llevar por el liberalismo y la prensa en una batalla de “relatos”. La izquierda debe debatir sobre qué sistema de seguridad prefiere en Europa, sobre su posicionamiento sobre la OTAN y la neutralidad de Europa del Este. Sobre los procesos de adhesión de los diferentes países y sobre la política de seguridad y defensa de la Unión Europea.
Sobre si el envío de armas provocará un enquistamiento del conflicto y por tanto una zona altamente inestable a las puertas de la Unión Europea, o sobre si ese envío provocaría unas negociaciones menos favorables para Rusia. Se puede debatir incluso si Rusia es un enemigo para la Unión Europea, hechos objetivos y de gran importancia.
Relacionado con esta idea, se podría deducir que la doctrina de Responsabilidad de Proteger (R2P) surge de la idea de que los conflictos son un ámbito donde las “ideas universales” son aplicables. Ya contamos con muchas experiencias de aquellas guerras cuya justificación era la libertad de los ciudadanos oprimidos en todo el mundo (Irak, Afganistán, Libia, Siria…).
Por ello, la ideología debe contener intrínsecamente los objetivos ideales a alcanzar y los métodos a utilizar. Sin una parte, la otra carece de sentido.
Como conclusión, citando la magistral obra que recomiendo de Edward Hallett Carr, “la Crisis de los veinte años (1919-1939)“ : “Las nociones éticas pocas veces son la causa, sino casi siempre efecto; un medio de reivindicar la autoridad legislativa universal de nuestras propias preferencias, no, como nos gusta imaginar, el terreno real de dichas preferencias”.
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