Parece que estemos ante el principio del fin de la pandemia y volviendo a una nueva normalidad. Pero nada más lejos de la realidad, salimos de una crisis para entrar en otra, una crisis energética como no se había visto desde la década de 1970. Una tormenta eléctrica perfecta en la que la escasez energética frente a una demanda vertiginosa nos está arrastrando a una gran inflación con un gran impacto mundial.
Tras haber hecho frente a una crisis sanitaria sin precedentes, muchos países están viviendo una aceleración económica que supone una demanda de productos fabricados en China, donde la producción de carbón se mantiene bajo mínimos. Empresas chinas intentan proveerse de carbón en el extranjero, pero se encuentran precios desorbitados en una Europa también desesperada por recursos y con el precio del gas natural por las nubes. No ayuda que las importaciones de carbón de Australia están prohibidas después de que su gobierno exigiera a China que lleve a cabo una investigación adecuada sobre los orígenes de Covid-19 en Wuhan.
A pesar de que el gigante asiático realiza grandes inversiones en fuentes de energía alternativas como la energía solar e hidroeléctrica, el carbón sigue representando alrededor del 60% del suministro de energía de China. A esto le sigue que su gobierno ha impuesto límites a la producción nacional en su compromiso por reducir las emisiones de carbono y alcanzar la neutralidad para 2060.
Como consecuencia a la reducción de la producción y al gran aumento de demanda energética en China, el precio del carbón se ha duplicado, haciendo que las compañías eléctricas no estén dispuestas a producir la energía adecuada, simplemente porque es menos rentable ya que en enero de 2020, el gobierno central implementó un mecanismo para controlar el precio de la electricidad en todo el país, destinado a evitar fluctuaciones elevadas de precios permitiendo a las autoridades provinciales reducir el precio de la electricidad hasta en un 15% o aumentarlo hasta en un 10%.
Frente a una escasez energética de esta magnitud, solamente han encontrado una solución: el racionamiento de energía. Y eso es exactamente a lo que han recurrido al menos 20 de las 31 regiones provinciales chinas en las últimas semanas, teniendo que cerrar temporalmente muchas industrias e incluso cortar el suministro eléctrico a los semáforos. El Wall Street Journal publicó una noticia en la que detallan cómo se han producido estas restricciones de energía en industrias de Guangdong y Zhejiang, dos grandes centros de la industria china y mundial.
Expertos del banco de inversión Morgan Stanley estiman que se ha suspendido el 7% de la capacidad de producción de aluminio del país, un 35% de la producción de cemento, seguida potencialmente por el papel y el vidrio.
Y todo esto ocurre mientras en Europa sobrevuela la amenaza de un posible apagón a gran escala. “La pregunta no es si habrá un gran apagón, sino cuándo”, ha dicho la ministra de Defensa de Austria, la conservadora Klaudia Tanner, como referencia al Análisis de la Política de Seguridad en el que el Ministerio Federal de Defensa Nacional de Austria recomienda a los ciudadanos empezar a acopiar alimentos, bebidas y medicamentos esenciales. Sin embargo, mientras las autoridades europeas manejan escenarios catastróficos, lo cierto es que ya afrontamos una realidad espinosa en cuánto el suministro limitado de energía en el mundo entero.
Es aquí donde podemos vislumbrar que este caos industrial va a causar un gran e inevitable impacto mundial. En España ya estamos sufriendo la crisis de microchips, viendo como se desploma un 32% la producción de automóviles la cual afecta al rendimiento de fábricas nacionales como la SEAT y a las 1.300 personas que están sufriendo ERTES indefinidos, por lo que sin duda vamos a vivir un nuevo crecimiento de la brecha social que se suma al disparo de la inflación en España al 5,5%, lo que supone su nivel más alto en 29 años, según los datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE) esta semana.
Pero no solamente afecta al sector tecnológico ya que también se verá en peligro la cadena de suministro de alimentos. China lucha para gestionar eficientemente sus cultivos desde los de algodón hasta los de soja, necesaria para producir harina para la alimentación animal. No se salva tampoco el elemento más importante de la agricultura con el que se consigue el 50% de los alimentos del mundo, el fertilizante. Los precios han alcanzado récords este año en medio de una mayor demanda del exterior lo suficientemente grande como para que el gobierno inste a suspender temporalmente las exportaciones de fertilizantes.
El momento no podría ser peor, en un escenario dónde el transporte marítimo ya enfrenta líneas de suministro congestionadas que están retrasando las entregas de cualquier tipo de suministro.
La demanda de los productos importados que llegan a España sigue superando la oferta. Todo lo que podamos imaginar, desde ropa o artículos de uso diario, provienen de China en contenedores. Las medidas de contención durante la pandemia afectaron la cadena de suministro de envío global y ahora no hay suficientes contenedores para todos, lo que está causando incrementos en los los costos de envío marítimo de hasta un 700% y el tiempo de tránsito de los productos chinos ha aumentado considerablemente.
¿Qué nos espera? Mucho dependerá de cómo respondan los gobiernos a la crisis actual. El 8 de octubre, el Consejo de Estado de China implantó varias medidas para “asegurar los suministros de electricidad y carbón para este invierno y la próxima primavera con tal de garantizar el bienestar en los hogares y el buen funcionamiento de la economía”, instando a los los mineros de carbón que aumenten urgentemente la producción.
Será lógico, pues, que los gobierno de todo el mundo puedan verse obligados a revisar su política energética, que lejos de ponerle fin, se replanteen fidelizar su dependencia a los combustibles fósiles tradicionales, lo que obligaría a los gobiernos internacionales posponer su compromiso con el cambio climático.
Quizás esta nueva crisis económica que afectará de nuevo a las clases vulnerables, nos haga de una vez por todas reflexionar sobre la sostenibilidad energética y el consumismo desenfrenado el cual ha empezado a causar consecuencias negativas en nuestro bienestar.