Las caravanas comenzaban a aflorar y las tiendas de campaña ya comenzaban a verse desde que se conseguía vislumbrar el hospital del pueblo. De apenas 26.000 habitantes, Villarrobledo se convirtió este fin de semana en el nido de la música y el centro en el que aparcaron miles de personas sus tiendas y sus piquetas clavadas. Un lugar en la mancha de los que muchos no podrán recordar, pero que todos querrán hacerlo. Euskadi, Catalunya, Madrid, Galicia, Asturias, Andalucía… La música no tiene patria, ni lugar. “Baila y salta, que la vida es corta”, decía una asistente.
Los desvíos eran interminables, apenas cabía ya nadie en ese pueblo de La Mancha que nos desviaron casi a las afueras. “El pasado año éramos 200.000 personas. Este año ni te digo”, dijo mi compañero. Pues eso, más o menos este año la de asistentes tuvo que ser “ni te digo”. El rap se entremezclaba con os últimos acordes de Barón Rojo y, a lo lejos, más música. Más de ocho escenarios echando humo ya en la primera noche: esto es Viñarock. Toda una ciudad de culto a la música.
El campamento era todo un campo de ‘Quechuas’, un expositor de Decathlón. Pero allí poco se dormía y poco importaba donde. Tras pasar una noche en techo ajeno, nos hicimos con nuestra tienda. Comenzaba a llover, pero nada parecía detenerse en el festival: el tío de la furgoneta de la esquina seguía asando hamburguesas y perritos calientes en su panta con un paraguas. “Perritos calientes a euro y hamburguesa dos euros”. En Villarobledo se duerme poco estos días: unos por el ruido, otros por la fiesta y otros por el sol molesto en la tienda de campaña a partir de las 9 y media de la mañana. Sin embargo, siempre el mismo tío estaba en la esquina para ofrecerte sus hamburguesas. Muy hecha y poca mayonesa para mi gusto, pero a las 5 y media de la mañana sólo quieres amarle tras semejante regalo.
Nadie entendía los cacheos a la entrada. “Abusivos”, concluían muchos. Sin embargo, después todo estaba bien, la música lo tapaba todo. Ni siquiera un respiro entre concierto y concierto. Todo estaba perfectamente medido. En Viñarock no había tiempo para el espacio sin música. Y así 3 días. Desde Barón Rojo a Boikot, rápido a Vendeta. El descuido hizo que nos perdiéramos el inicio de tributo a Marea.
La Pegatina cerró un viernes mojado y pasado por barro, mucho barro. ‘Lloverá y yo veré’ se hizo más que oportuna en esa larga noche. Sin embargo, otra gran triunfadora de la noche fue la banda italiana Talco. “Vuelven a tocar en El Bonillo (Albacete), tengo casa al lado. Hay que ir”, decía Irene, una espectadora. Era la primera vez que os veía, sin embargo, no sería la última. Talco volverá a visitar otros festivales españoles este año como el Arenal Sound en Agosto o el Alterna Festival.
La guinda a los tres días vino, sin duda de la mano de La Raiz. El grupo de Gandía ha ido subiendo año tras año. “En 2013 no había la gente que hay hoy ni de coña. Están triunfando. Son la leche”. A mi compañero le sobraban más palabras para describir estos momentos. Lleno total, la gente ocupaba esquinas que no sabía que existían en el recinto. Un sonido 10, todo el mundo coreaba, hasta el más novato era capaz de seguir las letras del grupo y bailar. La Raíz es dejarse llevar. Pero ‘A la sombra de la sierra’ no era un tema desconocido para nadie. Hora y media de música en la que se cantaron los ya clásicos de la banda como la caza de corruptos con ‘Jilgueros’ o ‘Nuestra nación’. Para cerrar, una vuelta a los orígenes: ‘Rueda la corona’. La Gossa Sorda cerraba también la última noche de su vida musical y del festival. Tras 20 años juntos la banda valenciana se separa. “T’estime, t’estimo, t’estim. Hasta siempre, La Gossa Sorda”. Con estas palabras de ‘Camals Mullats’ despedía oficialmente el festival a la banda.
Pero Viñarock sigue y ya comienza la preparación de la próxima edición. “¡Siempre Viña Rock! Nos vemos en 364 días, viñarockeros. ¡Gracias por tanto!”.