Líderes cristianos, musulmanes y judíos han redactado un manifiesto pidiendo censurar el carnaval ya que argumentan que la sátira que se ejerce en este es una ofensa comparable a la que sufren los colectivos lgtbi, mujeres y extranjeros.
Hace 50 años en La Vijanera, carnaval cántabro de origen prerromano, se soltaba a las vacas en las carreteras para ralentizar a la Guardia Civil que por orden de la dictadura nacional-católica, que había prohibido el carnaval en 1940, subía al pueblo a detener a aquellos que practicasen esta fiesta. Gracias a Dios, con la llegada de la democracia representativa liberal, estás practicas fueron amparadas por la ley y los españoles bajamos, aunque no del todo, a la Iglesia del pedestal.
Aún no somos un país laico sino aconfesional, donde la iglesia disfruta de mucho poder y privilegios que no se corresponden con su presencia ni apoyo entre los españoles y, sobre todo, entre los más jóvenes (el 80% de estos no asisten a misa según el CIS), por lo que su poder debería ir disminuyendo progresivamente. Sin embargo, se niegan a aceptarlo. Las religiones abrahámicas protestan, se revuelven, supuran. Han firmado conjuntamente un manifiesto donde aseguran que los delitos de odio religioso no reciben el suficiente reproche social y se comparan a grupos oprimidos como las mujeres maltratadas, homosexuales y razas discriminadas. Sí, esos mismos colectivos que ellos han maltratado, torturado y asesinado en nombre de la metafísica más perversa. Para no gustarles el carnaval les encanta ponerse caretas. Y como de costumbre todo esto, sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Quizás su rabieta de que los delitos religiosos no son secundados por el populacho como en el siglo XVI haga referencia al rechazo que ha generado en redes la multa que han puesto a un joven jornalero por simplemente poner su cara en el cuerpo de Jesucristo. En su añoranza de tiempos bíblicos, 500 euros le han clavado por la broma al pobre mártir.
Las religiones musulmanas, cristianas y judías nos han oprimido por milenios. No han dicho qué comer, qué pensar, qué llevar y hasta cuando sentarnos y cuando levantarnos.
Hemos sido sus ovejas, su rebaño. En el principio de sus orígenes encontramos un fuerte espíritu subversivo y en sus mandamientos subyacía una utilidad y un intento de proteger al grupo, como desvela el antropólogo Marvin Harris a través de su materialismo cultural. En su obra explica “leyes divinas” como la prohibición de comer cerdo, siendo esta no porque Dios susurrase a un sacerdote este mandamiento, sino por la necesidad que tiene el Poder de proteger a su fuerza de trabajo y fuentes de riqueza de un animal como el cerdo, el cual era peligroso para los ecosistemas semitas y portaba gran cantidad de enfermedades. Hoy, a raíz de los avances técnicos y científicos, todas estas imposiciones resultan anacrónicas y no solo inútiles sino perjudiciales para el individuo al que privan del placer y la razón. Galileo Galilei, condenado por la Iglesia por decir que la Tierra gira alrededor del Sol, diría que si Dios nos ha creado con la capacidad de raciocinio y del placer, ¿por qué querría privarnos de su uso?
Cómo un totalitarismo añejo, las jerarquías religiosas aún patalean porque ven insatisfechas su patológicamente obsesiva necesidad de dominio del espacio tanto privado como público de los individuos y comunidades. El escritor autodenominado jacobino, Arturo Pérez Reverte, afirma que en España ha faltado una guillotina para quitarnos de en medio a los grandes males de España: el clero y la realeza. A día de hoy para aliviar este problema es improbable que se recurra a una guillotina en la puerta del Sol como defendía el escritor en 2010, yo creo con que nos bastaría el preguntarnos ¿por qué les seguimos teniendo en cuenta y haciendo caso? El respeto y la tolerancia son principios a defender y vitales en una sociedad democrática, pero al igual que no existen aberraciones como “ofensa a los sentimientos científicos” y “ofensa a los sentimientos democráticos”, deberíamos preguntarnos porqué existen delitos como “ofensa a los sentimientos religiosos” o “injurias al rey” (sí, rey en minúscula).
Las ofensas al carnaval de las religiones monoteístas olvidan que esta celebración es una tradición datada en más en 5 000 años, sumamente honorable, donde las clases, géneros y razas se invierten, dando rienda suelta a través de la sublimación satírica de los disfraces y cantares de los males que erosionan el bienestar y la felicidad del pueblo llano en su vida común y corriente así como aquellos actos y hechos que los alumbran. En definitiva, antes de vociferar censura y más censura, los líderes de estas religiones deberían atender a un viejo proverbio italiano que reza: “En Carnaval todo está permitido”.
El carnaval ha sido, es y será siempre sinónimo de Libertad, y es que de lo contrario no sería carnaval.
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