Los años 20 son una década mágica en la historia del cine. Por una parte el cine mudo alcanza las más altas cotas de calidad con la realización de un puñado de títulos inolvidables, con películas de Chaplin, Eisenstein, Vidor, Pabst, Walter Ruttman, Sjöström, Stiller, Flaherty, Hitchcock, Keaton o Fritz Lang y, por otro, el sonoro empieza a dar sus primeros balbuceos con la película “El cantor de jazz” de Alan Crossland.
En Alemania el cine expresionista vive su momento de máximo esplendor. Nacido en la década anterior con la película “El gabinete del doctor Caligari” alcanza su madurez en los años 20 afirmándose como uno de los movimientos artísticos más importantes e innovadores de la historia del cine. Y si hay un director y una película que constituyen algo así como la quintaesencia del cine psicológico alemán y de los recursos del “Kammerspielfilm” esos son Friedrich Murnau y la película que hoy comentamos en esta serie dedicada a las películas que conmovieron al mundo:
“El último”, que cuenta con un guion de Carl Mayer narra una historia muy simple. El portero de un lujoso hotel luce orgulloso su resplandeciente uniforme, que le hace ser mirado con envidia y admiración por los empleados y por los vecinos del barrio donde vive. Pero el portero se ha hecho viejo y la dirección del hotel decide bajarle de categoría, enviarle a los lavabos de caballeros y cambiar su señorial uniforme por una vulgar bata blanca. Con este descenso a los infiernos se desmorona el mundo del anciano, en gran parte porque lleva aparejada la pérdida de su apreciada librea. El propio Murnau lo cuenta así: “La trama de nuestra película es la siguiente: Quítenle a un hombre su uniforme. ¿Qué ha perdido? Con su uniforme él puede ser rey, general, juez, policía, con todo el poder de su posición. Quítenle el uniforme. ¿Qué queda?”.
En palabras de la gran historiadora del cine expresionista alemán Lotte Eisner: “Se trata de la tragedia alemana por excelencia solo comprensible en un país donde el uniforme es rey, es dios. Un espíritu latino difícilmente comprendería el alcance de esta tragedia.”
“El último” es una película que se sustenta exclusivamente en la imagen, sin utilización de rótulos, porque toda la eficacia del expresionismo cinematográfico está al servicio de lo psicológico: el claroscuro, como elemento dramático, la construcción plástica de las distintas escenas, los espejos, los cristales, la vida de los objetos, el juego de luces…. todo en una continua conexión a través de una cámara capaz de dar unidad visual y psicológica a todos estos elementos. En una época en que la cámara permanecía prácticamente inmóvil el director de fotografía Karl Freund liberó al instrumento para que pudiera adoptar todas las posiciones posibles. Freund hizo auténticos equilibrios durante el rodaje: unas veces se la ataba al estómago, otras la montaba en una bicicleta, incluso se movía entre bastidores en una cesta sujeta por cables. Considerado como el rey de la “cámara móvil”, Freund fue el fotógrafo indiscutible de Murnau, pero también participó en una serie de películas clásicas alemanas como “El Golem” de Paul Wegener, “Varieté” de Dupont, “Metrópolis” de Fritz Lang y “Berlín, sinfonía de una gran ciudad” de Walter Ruttman. Trasladado a Hollywood fotografió “Drácula” de Tod Browing y “Los asesinatos de la calle Morgue”. Se pasó a la dirección con “La Momia” y siguió trabajando como director de fotografía en “La dama de las camelias” o “María Waleska”, ambas protagonizadas por Greta Garbo. Ganó un Oscar por “La buena tierra” de Sidney Franklin y posteriormente se dedicó a la TV siendo el primero en emplear el sistema Multicam, que permitía utilizar varias cámaras de forma simultánea.
“El último” tampoco sería lo que fue en su tiempo sin la extraordinaria interpretación que hizo Emil Jannings del portero del hotel. Sus movimientos y expresiones, tal vez hoy algo exagerados, pero propios del cine mudo transmitieron todos los matices de la historia con una fuerza sorprendente. Considerado unánimemente como uno de los dos o tres mejores actores dramáticos del cine de su época Jannings lograría más tarde otro gran éxito con “El ángel azul” de Josef von Sternberg.
Y dignos de mención, igualmente, son los magníficos decorados urbanos diseñados por Robert Herlt y Walter Röhrig. Los contrastes confieren dramatismo a la historia apreciándose una visión pesimista de un mundo en el que no se percibe el equilibrio y donde adquiere significado la puerta giratoria del hotel en constante movimiento, como sugiriendo la implacabilidad de un cambio.
El final es irónico. Los dueños de la UFA no quisieron que el público se fuera decepcionado de la sala y añadieron un final esperanzado.
Señalar igualmente que “El Ultimo” es un film sin rótulos, no por razones teóricas sino artísticas. Es la mejor forma de expresión de nuestro tiempo. Seguimos citando al propio Mutrnau: “Es sabido que el cine no acaba de cuajar como arte por tener que utilizar rótulos, ya que éstos son una forma de expresión literaria. “Ahora, en El Ultimo, utilizamos la imagen para expresar la acción y el pensamiento”.
Además del indiscutible talento del autor Friedrich Murnau, de su sensibilidad y capacidad extraordinarias, como puso de relieve en sus otros filmes, hay que destacar, igualmente la labor del extraordinario guionista Carl Mayer. El propio Karl Freund dijo de él que era el único guionista cien por cien que había conocido en su vida. Para Freund un guion de Carl Mayer era, de por sí, una película, porque Mayer elaboraba un poema dramático con relación detallada de todos los planos y del ritmo que habían de seguir y que su imaginación había formado. Freund recuerda que con un visor que él mismo le había regalado, ensayaba todos y cada uno de los planos de su guion. Freund recuerda que el guionista le visitaba incluso en su domicilio a altas horas de la noche para pedirle consejo técnico relacionado con algún problema nuevo que se le presentaba. Y lo mismo sucedía en las relaciones de Mayer con el protagonista Emil Jannings, con quien ensayaba ideas y secuencias antes de que fueran filmadas.
Todo esto no hay que entenderlo como descrédito hacia Murnau. Ni muchísimo menos, ya que el cineasta alemán sigue estando valorado como uno de los grandes de la historia del cine. Pero a veces se olvida algo muy importante. Y es que el cine, por mucho que se haya cargado el acento en la autoría del director es y sigue siendo, por encima de todo, un trabajo de equipo. Y muchas veces el verdadero talento de los creadores está en encontrar a los profesionales idóneos para rodar una película.
Para terminar, unas palabras del propio Murnau sobre su vida y su obra:
“Nací en Westfalia, soy, por tanto, hijo de la tierra roja (…) En cada una de mis películas intento descubrir nuevas tierras, en el sentido artístico y encontrar nuevas formas de expresión. Por lo demás mi opinión es que toda película que el director sienta profundamente tendrá fuerza y que todo trabajo que no tenga que ver con la especulación monetaria, tendrá eco en el futuro.”
No cabe ninguna duda de que el tiempo le dio la razón.
Puedes ver la película completa aquí: