Una nueva página dedicada al cine con el propósito de recuperar anécdotas y experiencias vividas por mí en mis años de dedicación profesional al cine y a la TV en muy diversas especialidades: como script, ayudante de dirección, guionista, productor, periodista especializado, crítico, historiador, miembro del jurado en diversos festivales, comentarista radiofónico y de TV, director de cine-clubs, festivales y cursos de cine etc. El propósito que me guía no es otro que el de dar a conocer, a través de mi propia experiencia una serie de hechos desconocidos por el gran público que pueden llegar a ser de cierta utilidad para conocer mejor a un determinado director de cine, una película, un actor o actriz o un festival cinematográfico. La mayor parte de estas experiencias vividas por mí están recogidas en mi libro -aún sin publicar- “Los años que perdimos miserablemente”, título irónico que viene a reflejar la situación en que se veía al mundo del espectáculo en este país, hace unas cuantas décadas, desde la órbita familiar y social: algo cuyo cultivo, en el mejor de los casos, suponía una lamentable pérdida de tiempo pero también algo que a mí, curiosamente, me permitió ganarme la vida.
Naturalmente esta es una sección dirigida a cinéfilos y amantes del cine en general.
Sin más preámbulos, vamos con el primer capítulo dedicado, en este caso, a uno de los directores más importantes de la historia del cine:
ORSON WELLES
En el año 1973, como enviado de RNE tuve la suerte de ver y escuchar en persona por primera vez en mi vida a Orson Welles, el director de la inmortal “Ciudadano Kane”, la película más innovadora de la historia del cine desde “El nacimiento de una nación” de D.W. Griffith. Orson había acudido al Festival de Cine de San Sebastián con su película “F de Fake”, titulada también, “Question Mark” bajo el brazo, uno de los últimos trabajos de este genio del cine, responsable, igualmente de películas como “El cuarto mandamiento” (“El esplendor de los Ambersons”), “Otelo”, “Macbeth”, La dama de Shanghai”, “Sed de mal”, “Campanadas a medianoche” o “Una historia inmortal”. Fue a San Sebastián con su pareja sentimental, la bellísima modelo, actriz y escritora croata Oja Kodar, que también participaba en la película.
La rueda de prensa sobre la película de Welles tenía lugar a las 11 de la mañana en uno de los salones del Hotel María Cristina de San Sebastián y allí estaba yo, media hora antes para no perderme una palabra del genio. Welles, bastante deteriorado, muy gordo y auxiliado por un bastón, acudió puntual a la cita y durante media hora protagonizó una rueda de prensa a la altura de su talento. En primer lugar utilizó al intérprete solo para permitirse el juego de corregirle constantemente, haciendo ver de esta manera su dominio de nuestra lengua sin arriesgar demasiado. Después se ocupó de poner en evidencia, constantemente, una de las razones más poderosas de su asistencia al festival: la excelente gastronomía donostiarra. A algunas de las estúpidas preguntas que nunca faltaban en una rueda de prensa, contestaba: “¡Sí, sí, desde luego!” y, a continuación, iniciaba un penoso movimiento para levantarse y preguntar esbozando una sonrisa: “¡Qué…! ¿Nos vamos ya a comer?”. Resultaba digna de verse la cara de fastidio que se le ponía, cuando otra pregunta inoportuna impedía su astuta maniobra de fuga. Al final, a la hora señalada, acabó la rueda de prensa y Orson y Oja, más bien Orson que Oja, corrieron a buscar el restaurante más cercano.
Es curioso que dos días después volviera a coincidir con Orson Welles. Esta vez en Burgos y, concretamente, en “Casa Ojeda” donde entré casualmente para encontrarme con que el director y su bella pareja estaban dando por finalizado un festín de cordero asado y vino de la Ribera. Con el rabillo del ojo vi al camarero que se acercaba a la mesa quien, al pasar a mi lado –era un conocido mío- musitó: “Es la número 11”. ¡Once botellas de vino tinto en una comida para dos personas! Si asignamos una para Oja Kodar, ¡que ya es decir! salían 10 en exclusiva para Orson Welles. Del cordero o corderos, mejor no hablar. Luego vendrían los postres y los inevitables puros. ¡Y, con ese tren de vida llegó a vivir… 70 años!
Cinco años después, cuando me encontraba en plena producción de mi película “Soldados”, tuve el gusto de conocer al decorador español Francisco Prósper, director artístico de películas como “Locura de amor”, “El Cid”, “55 días en Pekín”, “Lawrence de Arabia”, “La caída del imperio romano”, o “Los tres mosqueteros” de Richard Lester y que, también, había trabajado para Orson Welles en su película “Mr. Arkadin”, rodada en España. Prósper me contó cómo todos los días Welles llegaba al rodaje con un dibujito del primer plano del día y que necesitaba un emplazamiento de cámara, pongamos que en lo más alto de una catedral (Intuyo que, como la película se rodó en Segovia, sería en el lugar más alto del Alcázar). Inmediatamente sus ayudantes y, sobre todo, los miembros del equipo de producción le hacían ver que se trataba de un emplazamiento imposible, a lo que Welles contestaba: “Bueno, me voy a comer. Ya me avisarán cuando todo esté listo”. Entonces, buscaba el bar o restaurante más próximo y empezaba ya a comer y beber hasta que, al cabo de varias horas llegaba uno de sus ayudantes y le informaba de que la cámara ya estaba colocada. Entonces Welles, se limpiaba con la servilleta y, levantándose, respondía: “¿Lo ve como sí se podía?”.
Prósper, excelente director artístico, también me comentó que Welles había sido el director que más le había enseñado de su propio oficio pero, también, me dio su opinión personal sobre el director norteamericano y que sirve para comprender, en parte, lo breve de su filmografía: “A Welles le importaba un bledo el presupuesto de la película. El empezaba su trabajo, comía y bebía en los mejores restaurantes, no reparaba en gastos de ningún tipo (incluyendo a las mujeres) y todo esto hacía que a las dos semanas de rodaje ya no quedara dinero para acabar la película. ¿Qué pasaba entonces? Pues que los distintos proveedores, que no habían conseguido cobrar, empezaban a retirar sus propiedades. El encargado de semovientes se llevaba sus animales y los constructores de los decorados desmontaban los costosísimos decorados de la película por falta de pago. ¿Cuál era la reacción de Welles? Pues empezaba a realizar planos contrapicados, con la cámara chutando hacia el cielo, que era lo único que le quedaba gratis”. De modo que este era el origen del famoso plano enfático de sus películas, casi siempre utilizado para sus propios personajes, individuos despóticos y autoritarios en la línea de Charles Foster Kane o el inspector Quinlan de “Sed de mal”. No cabe duda de que Orson Welles fue un director magnífico que supo convertir una carencia presupuestaria en una forma genial de acentuar el carácter y la personalidad de sus personajes.
Orson Welles en la emisión radiofónica de “La guerra de los mundos” de H.G. Wells
Orson Welles dejó su huella en todos los medios que frecuentó: en el Teatro, al frente del “Mercury”, con montajes asombrosos de “César” o “La muerte de Dantón”, en la radio, con su celebérrima versión de “La guerra de los mundos”, de H.G. Wells, que logró conmocionar a todo el país y le abrió las puertas del cine y, por supuesto, en el cine donde, como antes señalamos, revolucionó la forma de “contar” una historia con su película “Ciudadano Kane”. “Ciudadano Kane” rompió con el montaje narrativo, heredero de Griffith, para narrar una historia como si se tratara de un reportaje periodístico (el género estadounidense por excelencia) a través de la indagación de un reportero sobre el significado oculto de la palabra “Rosebud”, la última que pronunció el magnate de la prensa, Charles Foster Kane (William Randolph Hearst), antes de morir. Ello daba pie al conocimiento fragmentado de la personalidad de este personaje en función de la experiencia de las distintas personas que le trataron: un inmenso “puzzle” que solo acabaría desentrañando su significado en la parte final. Al cabo Welles y el guionista Herman Mankiewicz mostraban un plano del trineo con el que Kane jugó en su infancia donde estaba impresa la palabra “Rosebud”, como dando a entender que era una metáfora de su infancia perdida. Pero hay otra explicación. La esposa de Hearst, Marion Davis era alcohólica y una noche coincidió en una fiesta con el guionista Herman Mankiewicz. Al parecer, en pleno delirio etílico, Marion le contó al guionista que, tanto ella como Hearst (Kane) llamaban “Rosebud” a una parte muy muy íntima de la anatomía de Marion (el llamado “bouton d,amour” de los franceses). Era un secreto entre ellos que, por supuesto, nadie conocía. Mankiewicz lo anotó y posteriormente lo incluyó en la película. Y no solamente lo utilizó, sino que hizo morir a Kane con “Rosebud” en sus labios, en la bola de cristal que encierra una casa y un paisaje nevado. Cuentan que cuando Hearst (Kane) vio la película en proyección privada se quedó literalmente estupefacto y que hizo todo lo posible a partir de entonces para impedir la carrera comercial de la película “Ciudadano Kane”, inspirada en su persona.
Además de su estructura narrativa, “Ciudadano Kane” es una película revolucionaria en muchos otros aspectos, pero hay uno que conviene destacar. En el año de su realización, en plena guerra mundial (1941) hay una vuelta al realismo en el cine, como una lógica consecuencia de la guerra. El público que asistía a las salas veía antes de la película el Noticiero donde se les informaba de forma realista sobre el desarrollo de la guerra, así que la película que venía a continuación no podía seguir ofreciendo una ficción edulcorada de la realidad. El público iba pidiendo más realismo a las películas y de esa necesidad surgió el cine neorrealista italiano, el cine bélico o el cine negro norteamericano. “Ciudadano Kane” aportó una nueva forma de realismo: la continuidad de la narración mediante el empleo sistemático del plano secuencia con profundidad de campo. La realidad es continua y, por tanto, el plano secuencia es mucho más real a causa de esa continuidad que la fragmentación artificial de la secuencia por medio del montaje.
Y dos connotaciones “españolas”. Una de ellas sobre William Randolph Hearst, multimillonario y compulsivo coleccionista de obras de arte, que llegó a comprar en su integridad el monasterio cisterciense de Óvila en Trillo (Guadalajara) y lo envió, piedra por piedra a los EEUU. La otra, la presencia en el reparto del actor mallorquín afincado en Hollywood, Fortunio Bonanova (Josep Lluis Moll) dando vida al sufrido profesor de canto de la mujer de Kane.
¿Más recuerdos de Orson Welles? Solo uno más, muy lejano. En la Expo de Bruselas, la más importante de la guerra fría, que visité en la primera salida de mi vida al extranjero, su magnífica “Sed de mal” se estrenó mundialmente en el marco del Festival de Cine de Bruselas, donde alcanzó el primer premio. Es solo un fugaz recuerdo, como lo es el de la primera exhibición pública, en el mismo marco de la Expo, de un sistema ruso de proyección llamado Circlorama, en el que la pantalla rodeaba completamente al público y que fue desarrollado por Goldovsky, un profesor ruso del Instituto de Investigación del Cine de Moscú. La primera sala equipada de esta manera se inauguró cinco años después, en Londres, con un auditorio circular de 18 metros de diámetro y una altura de 15 metros. A ninguno de estos dos acontecimientos pude asistir, entre otras razones porque llegué allí haciendo auto stop y sin un céntimo en los bolsillos.
A nadie se le escapa que Orson Welles fue un auténtico genio, un genio exuberante, vitalista, excesivo en todo cuanto hizo. Afortunadamente nos queda su obra. Una filmografía corta si la comparamos con la de otros directores igualmente geniales como John Ford o Alfred Hitchcock, pero no por ello menos importante. Durante muchos años “Ciudadano Kane” encabezaba las listas de las mejores películas de la historia. Ya ha pasado algún tiempo desde entonces y ahora ese lugar suele ocuparlo “El Padrino” de Coppola. De lo que no me cabe ninguna duda es de que “Ciudadano Kane” sigue siendo, la película más importante e innovadora de la historia del cine desde “El nacimiento de una nación” de D.W. Griffith. Una obra que realizó e interpretó un genio llamado Orson Welles a la temprana edad de 25 años.