Entrevista por correo. Febrero de 2017
LA MUERTE ES UNA VIEJA HISTORIA
Serie Negra
Hernán Rivera Letelier
Nacido en Talca (Chile), en 1950. Pasó su infancia en la pampa, de una a otra oficina salitrera. Al acabar sus estudios secundarios trabajó en María Helena y Pedro de Valdivia como obrero. Comenzó su carrera literaria escribiendo poesía, género en el que consiguió varias distinciones. En su obra narrativa recrea la vida en la pampa salitrera, especialmente en las oficinas del interior de Antofagasta y de Tocopilla. Tiene en su haber diversos premios literarios, entre ellos el Premio de Novela del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y el Premio Alfaguara de novela.
“NO LEO NOVELAS POLICIALES. ME DAN EN LAS PELOTAS”
Moriarty.- Es una pregunta un tanto recurrente pero confío en que nos sirva para conocer un poco el perfil de Hernán Rivera Letelier como escritor. Hay escritores que primero necesitan vivir y luego escribir sobre lo que han vivido y otros que, simplemente, imaginan a veces, sin salir del salón de su casa. Ejemplos clásicos de esta actitud ante la vida y la escritura podrían ser Hemingway o Conrad, por un lado y Borges, por otro. A juzgar por su propia biografía, usted parece alinearse con el primer caso, ¿no es así?
H.R.L.- Yo creo que ningún escritor es solo lo uno o lo otro. El arte de la literatura -¿tal vez todas las artes?- es una mezcla, una simbiosis, un equilibrio entre la experiencia y la imaginación. ¿Cuál de las dos es más importante a la hora de crear? Para mí es la experiencia; parto de ella para echar a volar la imaginación.
Moriarty.- A los 11 años viajó con su familia desde TALCA, su localidad natal hasta Antofagasta, pero nada más llegar murió su madre y la familia volvió a las salitreras. Todos menos usted, que se quedó a vivir en Antofagasta, viviendo de vender periódicos. Así subsistió durante siete años, hasta que volvió de nuevo al lugar de su infancia, donde fue mensajero y trabajador en un taller eléctrico. Pero, justo un año después, realizó un viaje por algunos países sudamericanos. ¿Qué supuso para usted y para su formación de escritor este viaje?
H.R.L.- Ese fue como mi viaje iniciático. Anduve cinco años de mochilero y en estas andanzas fue que descubrí que lo mío era la literatura. Y creo que lo descubrí a tiempo, pues, luego del golpe de estado de Pinochet tuve que volver a trabajar a las minas de salitre y ahí fue la poesía la que me salvó de pegarme un disparo en la sien. O simplemente, como hacían los mineros, hacerme volar con un dinamitazo. La poesía fue mi tabla de salvación. Por ella sobreviví a esos treinta años de trabajo en ese purgatorio que es el desierto de Atacama.
Moriarty.- 3.- ¿Es verdad que aprendió a leer con un poema de Tagore?
H.R.L.- Fue lo primero que leí de corrido. Sucede que aprendí a leer en un silabario que entre sus páginas traía un fragmento de un poema de Tagore y otro de Machado. Cuando descubrí esas páginas yo no sabía que eran poemas, pero me fascinaron y las leía una y otra vez.
Moriarty.- La autoedición es un sistema que vuelve con fuerza. Los nuevos escritores quieren darse a conocer y no aceptan la negativa o las inevitables demoras de las editoriales. Usted ya lo hizo con su primer libro de poesía, “Poemas y pomadas”. ¿Le sirvió esta experiencia para abrir brecha? ¿Cómo logró superar el hecho de que casi todo el mundo considerara el cultivo de la poesía como algo propio de homosexuales?
H.R.L.- No me gusta la pregunta. Pero no te aflijas, las demás están buenísimas
Moriarty.- Lo cierto es que, como poeta, llegó a conseguir nada menos que 26 premios y que fue uno de ellos lo que le decidió a ser escritor. Usted lo cuenta de otra manera: “Fue por las prostitutas”. ¿Podría explicarlo con mayor detalle?
H.R.L.- Mientras trabajaba en la mina de salitre, yo escribía poemas. Los escribí durante 15 años, y gané varios premios (amueblaba mi casa con los premios de poesía). Después pasé a escribir cuentos, cuentos cortos, y después, a propósito de la muerte de una de las prostitutas más viejas del campamento, escribí “La Reina Isabel cantaba rancheras”, que fue la novela que me cambió la vida: me pasó de proletario a propietario.
Moriarty.- También ha dicho en alguna ocasión que, de niño, quería ser basurero.
H.R.L.- Una vez en la escuela primaria, yo tendría 8 años, el profesor comenzó la clásica pregunta de que quería der uno cuando grande. Como vi que todos querían ser aviadores, doctores, ingenieros o profesores, yo, por puro joder la cachimba, dije yo quiero ser basurero. Ahora, con el tiempo me he dado cuenta de que eso fue profético, pues escribir es como ser basurero: se recogen trozos viejos de experiencia, lonjas oxidadas de recuerdos, añicos de alegrías revueltos con retazos de tristezas, restos de sueños rotos, se recicla todo y sale la obra.
Moriarty.- El éxito le llega relativamente pronto. Fue con su primera novela LA REINA ISABEL CANTABA RANCHERAS. ¿Cuál fue el secreto de su éxito? ¿Su desconfianza hacia los autores intelectuales y su predilección por el lenguaje de la calle, el habla de los mercados, de las prostitutas? ¿Se ve a sí mismo como un escritor cercano, próximo al lector?
H.R.L.- Mi historia comienza con la Reina Isabel, pero antes de eso hubo toda una prehistoria. Casi 20 años de prehistoria: escribiendo, borrando, quemando, volviendo a escribir, casi 20 años de aprendizaje, sin tener a nadie con quien conversar de literatura, a nadie a quien mostrarle mis poemas. Creo que el gran secreto del éxito es la perseverancia. Trabajar y perseverar. No le tengo desconfianza a los autores intelectuales, solo que somos diferentes. Un escritor intelectual cree en lo que escribe; yo no creo, yo tengo fe en lo que escribo. ¿En qué cree un escritor intelectual?: en su inteligencia, en sus títulos académicos, en su conocimiento de la literatura. ¿En qué tengo fe yo?: en mi intuición, en mi imaginación, en mi experiencia, en mi memoria: esas son mis herramientas.
Moriarty.- A esta primera novela le han sucedido muchas otras como “Fatamorgana de amor con banda de música”, “Los trenes se van al purgatorio”, “Santa María de las flores negras”, “Canción para caminar sobre las aguas”, “Romance del duende que me escribe novelas”, “El fantasista”, “Mi nombre es Malarosa”, “La contadora de películas”, “El arte de la resurrección”, ganadora del Premio Alfaguara de Novela, “El escritor de epitafios”, “Historia de amor con hombre bailando”, “El vendedor de pájaros”, “La muerte tiene olor a pachulí” y un buen número de cuentos. Personalmente me gustan mucho los títulos de sus libros. ¿Nacen ya con ellos o son bautizados al final?
H.R.L.- Para mí el título es lo más misterioso de la obra. En mi caso a veces es lo primero que tengo, a veces me aparece a la mitad de la obra, otras veces al final. Pero siempre empiezo a escribir con un título provisorio, es como el ojo de la aguja: por ahí pasa el hilo de la historia. He descubierto que cuando la novela va conformándose, ese título provisorio comienza a quedarle chico. Como un pie que comenzara a crecer terminando por romper el zapato.
Moriarty.- Resulta difícil hablar de todas sus novelas, especialmente porque queremos centrarnos en “La muerte es una vieja historia” pero, ¿siente predilección por alguna? ¿Alguna que le saliera mejor que las demás?
H.R.L.- Personalmente creo que lo mejor que me salido es: “Historia de amor con hombre bailando”. Es la historia de un feo que baila bonito. Me rompí el alma tratando de crear una prosa musicalmente perfecta, con un ritmo tal que más que leerse, se bailara. Muchos lectores me han dicho que la leen moviendo los pies.
Moriarty.- Háblenos del escenario de todas sus novelas, la pampa salitrera: el desierto, las minas, los campamentos…todos ese decorado natural que contribuye al atractivo de sus obras.
H.R.L.- El desierto está hecho de dos inmensas nadas: nada abajo (ni siquiera una mala yerba) y nada arriba (ni siquiera una nubecita expósita), divididas por una raya imaginaria llamada horizonte. Ahora ¿cómo se describe un paisaje donde no hay nada, con palabras, con poesía. Eso es lo que he tratado de hacer en mis novelas, hacer florecer ese desierto que es el desierto más cabrón del mundo.
Moriarty.- Con LA MUERTE ES UNA VIEJA HISTORIA debuta usted en el género de la serie negra. La serie negra se diferencia de la novela policíaca clásica en que añade el comentario social y político a la simple investigación criminal. En LA MUERTE ES UNA VIEJA HISTORIA denuncia el cambio de nomenclatura (Gobierno militar por Dictadura, Pronunciamiento por Golpe, Apremios ilegítimos por tortura, gente no habida por desaparecidos, crecimiento negativo por crisis, intervenciones militares por guerras, daños colaterales por muertos inocentes…etc.) ¿Cree que la hipocresía es norma general con la colaboración de la prensa?
H.R.L.- Eso creo.
Moriarty.- El tema de la pareja de investigadores es ya clásico, tanto en la novela policíaca como en la serie negra, desde Sherlock Holmes y Watson. En su novela son el investigador privado Tuira Gutiérrez y la hermana Tegualda. ¿Es un recurso que le permite jugar mejor con la doble perspectiva de la investigación y añadir un poco de interés sexual a sus historias? No hay que olvidar que la hermana evangelista Tegualda tiene un gran atractivo sexual que esconde bajo sus hábitos.
H.R.L.- En mis novelas nada es planeado. Todo nace mientras escribo. Y escribo a pura intuición.
Moriarty.- Supongo que la pareja ha llegado para quedarse. ¿Ambos serán protagonistas de nuevas aventuras?
H.R.L.- La idea inicial fue una trilogía. Ya he publicado la primera (“La muerte es una vieja historia”) y la segunda (“La muerte tiene olor a pachulí”). Ahora mismo me hallo terminando la tercera, para publicar este año. Hasta ahora se titula: “La muerte se desnuda en La Habana”. No sé aún si se quedará con este título.
Moriarty.- También la figura del eclesiástico está presente en la novela policíaca y en la serie negra, por ejemplo, el Padre Brown en las novelas de Chesterton o el protagonista de una moderna serie de TV, “Granchester”. Esto nos lleva a la influencia de la religión en su obra y en su vida. Su familia era muy religiosa, pero usted se confiesa agnóstico. Incluso ha llegado a decir: “Yo no creo en Dios, pero creo que Dios cree en mí”. ¿Es una forma de decir lo mismo que dijo Buñuel: “Yo soy ateo gracias a Dios”?
H.R.L.- Exacto, es una forma de decir que yo también, de alguna manera, creo. Pero mi gran Dios es la Duda: creo en la duda y dudo de lo que creo. Y si Dios existe creo que me va a querer más a mí, que dudo, que a los que creen tener la verdad agarrada de las barbas. Y respecto a las religiones, cuando niño me vacuné contra ellas.
Moriarty.- Volviendo a la crítica social que asoma en su novela. Además de las protestas estudiantiles, usted tiene palabras sobre el tema de la inmigración. Es otra actitud hipócrita que usted denuncia. (“Y verás cómo quieren en Chile al que es forastero”. A lo que responde Tiro: “Siempre que sean rubios y de ojos claros”) ¿Qué opina sobre el tema candente de los migrados? Los refugiados sirios que nadie acoge, los balseros, la política de Trump con el muro etc.?
H.R.L.- La novela negra es el género ad hoc para hacer denuncia social. Aparece sola.
Moriarty.- En Latinoamérica hay un buen número de escritores de serie negra: ROBERTO AMPUERO, PADURA, ALBERTO FUGUET, RAMON DIAZ ETEROVIC, GONZALO LIRA, CARLOS TROMBEN etc. ¿Les ha leído? ¿Qué opinión le merecen?
H.R.L.- No leo novelas policiales. Me dan en las pelotas.
Moriarty.- El cine se ha interesado por algunas de sus libros. “Fatamorgana de amor con banda de música” interesó a Bernard Giradeau y, posteriormente, a Hubert Toint. También “Los trenes van al purgatorio” y “Santa María de las flores negras”. “La contadora de películas” está entre los proyectos de Walter Salles, según tenemos entendido. ¿Qué pasó con esas adaptaciones?
H.R.L.- He descubierto que el asunto de llevar las novelas al cine es kafkiano. Han sido más de cinco intentos de transformar mis novelas en películas y todos han abortado, por A, B o C. Solamente se ha logrado filmar una: Fatamorgana de amor con banda de música”. Y hay un proyecto (al que le tengo mucha fe) de filmar “La contadora de películas”.
Moriarty.- Desde pequeño siente usted un interés especial por el cine. ¿Cómo ve el cine chileno actual? ¿Qué opina de directores como Rodrigo y José Luis Sepúlveda, Alejandro Fernández Almendras, Fernando Guzzoni, Pablo Larraín, Andrés Wood, Sebastián Silva etc.
H.R.L.- No opino de algo si no sé. Y no sé nada de técnica de cine. Las películas, como los libros (y las mujeres), me gustan o no me gustan. No soy un teórico, soy un práctico.
Moriarty.- Ya para terminar, usted es un autor muy premiado. Recientemente ha conseguido el Premio Alfaguara de Novela. ¿Qué opina en general de los premios y, concretamente, sobre el Premio Alfaguara?
H.R.L.- Como ya se sabe, los premios no te hacen mejor ni peor escritor. Yo los considero un palmoteo en la espalda que te dice que vas bien, que sigas trabajando, que no tires la toalla. El Premio Alfaguara es uno de los más importantes que he obtenido.
Muchas gracias, Hernán.