El cine español en el recuerdo: 44.- Abel Sánchez (1946)
EL CINE ESPAÑOL EN EL RECUERDO
ABEL SÁNCHEZ (1946)
Producción: BOGA
Dirección: CARLOS SERRANO DE OSMA
Argumento: La novela Abel Sánchez de Miguel de Unamuno
Guion: Pedro Lazaga
Fotografía: Emilio Foriscot
Música: Jesús García Leoz
INTÉRPRETES:
MANUEL LUNA (Joaquín Monegro), ROBERTO REY (Abel Sánchez), ALICIA ROMAY (Elena), MERCEDES MARIÑO (Antonia), ROSITA VALERO (Joaquinita), RAFAEL DE PENAGOS (Abelín), FERNANDO SANCHO (Caín), ANTONIO BOFARULL (Federico Cuadrado), EUGENIA ROCA (Cupletista), CARLOS SERRANO DE OSMA (Locutor).
Duración: 77 minutos
Blanco y Negro
SINOPSIS:
Joaquín Monegro alimenta un profundo odio hacia su amigo de antaño Abel Sánchez.
COMENTARIO DE CARLOS SERRANO DE OSMA: DIRECTOR
Se llamó “cine telúrico” a nuestro movimiento, aunque no lo bautizamos nosotros. Creo recordar que en “Abel Sánchez” había un decorado al que nosotros llamábamos la “montaña telúrica”, en guasa, claro, porque toda montaña tiene que ser telúrica. Como queríamos hacer un cine al margen del cotidiano, un cine distinto, había unas reticencias irónicas sobre nuestro trabajo y así empezaron a llamarnos los “telúricos”, por esa razón, porque hacíamos un cine raro. Por ejemplo, Manuel Luna, hacía un personaje, el Joaquín Monegro de Unamuno que, para nosotros, tenía una división sicológica muy clara: tenía tendencias hacia el bien y hacia el mal, a partes iguales. Entonces, para dar esa sensación en el cine, partíamos el rostro de Manuel Luna en dos, como quien parte un papel y no casa, como un espejo roto. Así que, cosas como ésta, comenzaron a llamarse el “telurismo” de Serrano de Osma y su gente. De ahí arranca el concepto.
Tenía connotaciones intelectuales pero de tipo peyorativo. Sin embargo, ahora, sucede al revés. Como el cine de todos los días era el histórico, el folklórico, el taurino, pues resulta que cuando querías hacer un cine de profundas raíces sicológicas, pues chocaba, iba contra corriente. Eramos un poco marginales y así nos fue, claro…
Enfrentarse a un texto como el de Unamuno era muy difícil. Y me equivoqué, porque yo tenía un gran respeto a la memoria de Unamuno, tal vez demasiado. Lo correcto hubiese sido tomar la novela de Unamuno y adaptar los diálogos magistrales de don Miguel desde el punto de vista filosófico, moral, ético y literario y transformarlos en diálogos cinematográficos, que es algo muy distinto. Pero no lo hice. Los respeté por pura veneración.
Recuerdo a una de las actrices, Alicia Romay, una mujer muy bonita, muy grata. No era una actriz muy hecha, pero sí era muy dúctil. Y yo le hacía repetir una y otra vez frases de la novela de Unamuno, por ejemplo, una que decía: “No, a mí esto me da vascas”. Y ella no hacía más que decirme que ella no podía decir esa frase, que no le salía. Pero yo seguía insistiendo: “Tienes que decirlo porque lo ha escrito Unamuno”. Estaba claro que tenía que haber cambiado la palabra “vascas” y haber puesto cualquier otra cosa, “me repugna”, por ejemplo. Hubiera sido mucho mejor para la actriz y, por supuesto, para el resultado final de la película, pero entonces no lo veía así. Respetamos el lenguaje y ése fue nuestro error. Sin embargo la forma no fue tradicional y ése fue nuestro acierto, ya que dimos al relato una forma totalmente personal. Y hablo en plural porque no era yo solo. Yo era el director pero había un guionista que era Pedro Lazaga. Como experiencia fue apasionante porque los mismos que hacían la película no estaban demasiado convencidos de que eso fuera cine ni de que fuera interesante hacer lo que hacíamos. El director de fotografía era Foriscot y su labor fue de colaboración. No se llegó a la identificación plena como sucedió con Carlos Saura y Luis Cuadrado, o, después, con Escamilla. No. Su labor fue de comprensión, de poner toda su experiencia personal en la película, pero no de plena identificación ya que nos encontrábamos muy solos incluso con el propio equipo de rodaje. Antes hablé de Manuel Luna, pues bien, el hombre tampoco se identificó plenamente con el personaje. Otro fallo que tuvimos fue la dirección de actores. Casi todos era de procedencia teatral y todos tendían al énfasis en sus interpretaciones. El galán era Roberto Rey, que procedía de la revista, aunque tenía experiencia en el cine donde había hecho algunas cosas buenas como “La verbena de la Paloma”. Pero todas tendían a la grandilocuencia y yo lo respeté. Pero fue por respeto hacia ellos, por timidez, porque no supe imponerme.
Curiosamente, se defendió bastante bien en taquilla. Y, además, tuvo buenas críticas tanto en Madrid como en Barcelona que fue donde se rodó.
La oportunidad de dirigirla fue un poco por casualidad. Sin embargo se puede establecer la cadena de los hechos que me llevaron a dirigir mi primera película. Yo trabajé como ayudante de dirección de Enrique Gómez en una película en la que trabajaban Margarita Andrey, Fernando Fernán Gómez en un papel episódico y Fernando Rey, también en un papel pequeñito. Me hice amigo de los productores de la película de Enrique, establecimos cierta confianza y un buen día me preguntaron si tenía algo para dirigir. Ellos querían una de esas comedias habituales que se hacían antes, algo que se pudiera llamar “Un marido en apuros” o algo por el estilo, una película de incidencias, de trivialidades. Pero a mí eso no me llenaba, así que les propuse esta película y la aceptaron. Y lo cierto es que no fue mal del todo. (EL CINE ESPAÑOL SEGÚN SUS DIRECTORES de Antonio Gregori. Entrevista con CARLOS SERRANO DE OSMA realizada en la sede de la Filmoteca Española en 1979)
EL AUTOR DE LA NOVELA:
MIGUEL DE UNAMUNO (Bilbao, 1864-1936)
Estudió Filosofía en Madrid y fue Rector de la universidad de Salamanca en diversas épocas. Participó activamente en la vida política y fue condenado a seis años de cárcel por sus ataques a la Monarquía española y al destierro en Fuerteventura por los dirigidos a la Dictadura de Miguel Primo de Rivera. Cultivó todos los géneros y es uno de los más genuinos representantes de la Generación del 98. Entre sus principales obras están los ensayos El sentimiento trágico de la vida, La agonía del cristianismo, Vida de Don Quijote y Sancho, las obras teatrales Fedra, El Otro o Sombras de sueño, las novelas Paz de en la guerra, Amor y Pedagogía, Abel Sánchez, Niebla y Tres novelas ejemplares y un prólogo o San Manuel bueno y mártir y sus poesías El Cristo de Velázquez, Cancionero etc. De su novela Abel Sánchez dijo “Una historia de pasión, el más doloroso experimento que haya yo llevado a cabo al hundir mi bisturí en el más terrible tumor comunal de nuestra casta española”.
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