CRISTINA GUZMÁN, PROFESORA DE IDIOMAS
Producción: INCA FILMS
Dirección: GONZALO DELGRÁS
Argumento: la novela Cristina Guzmán, profesora de idiomas de Carmen Icaza
Guion: Margarita Robles
Fotografía: Guillermo Goldberger
Música: José María Ruiz de Azagra
INTÉRPRETES:
MARTA SANTA OLALLA (Cristina/Fifí), LILY VICENTI (Gladys), CARMEN MORATO (Balbina), MARY VERA (Georgette), MARY MIDELL (Yda), CARLOS MUÑOZ (Joe), LUIS GARCÍA ORTEGA (Prince Valmore), ISMAEL MERLO (Atalante), FERNANDO FERNÁN GÓMEZ (Bob), LUISITO MARTÍNEZ (Bubi), JORGE GREINER (Bert).
Duración: 93 minutos
Blanco y negro
SINOPSIS: El secretario del millonario Prince propone a la viuda Cristina, que sobrevive dando clases, que simule ser Fifí, la esposa de Prince.
COMENTARIO DE FERNANDO FERNÁN GÓMEZ. ACTOR
Estudié el papel de Bob en Cristina Guzmán, profesora de idiomas, con muchísimo cuidado, con gran atención durante horas y horas de soledad, aunque el personaje no intervenía en muchas escenas y su texto no era demasiado extenso. Hasta entonces no había trabajado más que en teatro y mi gran ilusión era actuar en el cine.
Todo lo estudiado se vino al suelo en el momento de rodar la primera escena. Gonzalo Delgrás, el director de la película, mi descubridor, me dijo:
- Pero usted tiene que hablar con acento americano.
Me quedé perplejo.
- No me lo he estudiado así…Yo no sé imitar el acento americano.
Los demás actores, los técnicos, los obreros, todo el personal del plató estaba en suspenso, pendientes de nuestra conversación.
- ¿No sabe usted imitar el acento americano? –preguntó, sorprendido, Delgrás.
- No, no señor– respondí avergonzadísimo.
- Bueno, pues hágalo con acento extranjero en general. Lo arreglaremos en el doblaje.
Argumenté que otros personajes de la película también eran extranjeros y hablaban con acento castellano. El director me explicó que aquéllos otros personajes eran dramáticos y el mío cómico. Los personajes dramáticos nunca hablaban con acento. No me pareció muy sólida la razón, pero comprendí que el papel podía resultar más gracioso. Como la película había que doblarla dos meses después me pasé aquél tiempo viendo películas de Laurel y Hardy… A estos actores se les doblaba siempre con acento americano. Cuando la película se estrenó, la dueña de la pensión en que vivía en Barcelona fue a verla y me felicitó por lo bien que imitaba el acento francés. Y lo sabía de buena tinta porque había tenido muchos huéspedes franceses.
El día en que me convocaron para mi primera intervención, además del problema del acento americano, había tenido otro. Debió de llegarme esta convocatoria un poco antes de lo que esperaba pues no tenía aún el cuello de pajarita necesario para llevar con el esmoquin, ni dinero para comprarlo. Costaba, poco más o menos, cinco pesetas. Mi madre estaba de tournée y en casa se esperaba el giro y no había nada de dinero. Como la cantidad era tan escasa no le di demasiada importancia y me eché a la calle para pedir el dinero a un amigo. Ninguno de los tres que pude encontrar tenía un duro. La situación no era insólita. El escaso dinero que había en España estaba en muy pocas manos. No debe olvidarse que recién terminada la guerra Franco anuló el valor de la mayor parte del dinero que estuvo en circulación en la zona republicana, con lo cual infinidad de españoles se encontraron con que el dinero que habían reservado para hacer frente a la nueva situación se había transformado en cromos repetidos de una colección imaginaria. Aún hay por ahí gente, quizás mal informada que considera aquello como un robo con alevosía que el Estado hizo a los individuos.
Se acercaba la hora de presentarme en el estudio para mi primera actuación. Tenía el esmoquin y los cabos, calcetines, zapatos, camisa, gemelos, corbata de lazo, botonadura, pero me faltaba el cuello. De pronto tuve una idea luminosa: la persona más interesada en que yo cumpliese mi obligación de trabajo era Francisco Avila, el sastre, que aún no había cobrado el esmoquin ni el traje a rayas ni el abrigo de sport. A su casa me dirigí y él pidió a su mujer el duro que me libró de hacer el ridículo el día de mi bautismo de celuloide. (“El tiempo amarillo” de Fernando Fernán Gómez)