REGRESO A HOWARDS END
Director: James Ivory
Guión: Ruth Prawer Jhabvala
Intérpretes: Emma Thompson, Vanessa Redgrave, Anthony Hopkins, Helena Bonhan Carter

EL EJE JAMES-FORSTER- IVORY
Parece bastante lógica la relación que existe entre la obra del director californiano James Ivory y la trayectoria vital e intelectual de dos escritores como Henry James y E. M. Forster. James, uno de los mejores escritores anglosajones del siglo XIX, nació en Nueva York pero, tras visitar Europa a mediados de siglo, quedó fascinado por el viejo continente, hasta el punto de adoptar la ciudadanía británica en los últimos años de su vida. Su obra está centrada en el enfrentamiento del mundo y el artista y dos de sus mejores novelas, “Los europeos” y “Las bostonianas”, fueron trasladadas al cine por James Ivory. Por otra parte, Forster, nacido en Londres, llegó a residir durante diez años en La India y trasladó su experiencia en este país a su novela “Un viaje a La India”.
Esta doble fascinación, la de Europa por James y la de Forster por La India, se dan cita en la obra de Ivory, nacido en Berkeley, estudioso de Bellas Artes y Decoración cinematográfica, que también llegó a residir durante varios años en La India. Del impacto que este país causó en él es buena prueba su producción cinematográfica inicial: “El camino de Delhi”, “El Gurú”, “Los cuentos de Bombay”, “Autobiografía de una princesa” y “Oriente y Occidente”. Y, también, su relación con la escritora euro-india Ruth Prawer Jhabvala, habitual guionista de quien está considerado como el más británico de los directores norteamericanos.

No sorprende, pues, que en un determinado momento de su vida profesional Ivory manifieste interés por la obra de Forster, autor de quien lleva adaptadas al cine tres de sus novelas: “Una habitación con vistas”, “Maurice” y, ahora, “Regreso a Howards Ends” (“La Mansión”). Para completar este repaso añadiremos que, de la primera novela de Forster, “Donde los ángeles no se aventuran”, está a punto de estrenarse otra versión cinematográfica realizada por el británico Charles Sturridge.
Nadie duda del talento de Ivory como exquisito ambientador de sus historias, como director de corte académico preocupado hasta la obsesión por el cuidado de los elementos ornamentales de sus películas victorianas, aunque esta misma virtud haya sido puesta en entredicho por quienes, apresuradamente, han tachado su obra de “preciosista”. Porque dejando a un lado ese matiz falsificador de la realidad en aras de una supuesta belleza que el término entraña, el “extremado atildamiento del estilo” no nos parece que encaje en absoluto con el universo de un artista preocupado legítimamente por reproducir con exactitud el ambiente de una época –la victoriana- en cuyo marco sitúa la acción de sus mejores películas. Y tampoco con el empleo de un estilo visual situado, claramente, en las antípodas de quienes se dejan llevar por esa tendencia a “alambicar la idea y la expresión huyendo de las fórmulas corrientes” (caso de un Alan Parker o de un Ken Russell). Antes bien, su exquisito cuidado de la ambientación, los decorados, el vestuario, el atrezzo o el encuadre responde, más bien, a un deseo explícito del director por presentar un marco existencial aparentemente perfecto que agudice el contraste con las terribles historias de que se ocupa. Así pues, entendemos que el cine de Ivory presenta rigurosamente y en sus elementos ambientales, la imagen de una sociedad engañosamente perfecta sacudida, en su aparente inmutabilidad por las malas pasiones de sus personajes, por las dramáticas consecuencias de la injusticia social, por la crueldad, en definitiva, de las clases dirigentes victorianas.

“Regreso a Howards End” es, en este contexto, una obra casi perfecta y la prueba más concluyente de la madurez alcanzada por su autor. Una obra elaborada con exquisito cuidado y servida a la perfección por los extraordinarios Emma Thompson, Vanessa Redgrave y Anthony Hopkins. Veremos, en última instancia y aunque el dato resulte anecdótico quién gana la incruenta batalla de los Oscar: si el sofisticado retrato que Ivory hace de la corrompida sociedad británica o el implacable puntillazo que Eastwood propina a la mitología del western en, su también magnífica, “Sin perdón”.
Antonio Gregori (20 febrero 1993)