EN EL NOMBRE DEL PADRE
Director: JIM SHERIDAN
Guión: Terry George y Jim Sheridan
Fotografía: Peter Biziou
Intérpretes: Daniel Day-Levys, Emma Thompson, Pete Postlethawaite
LOS CUATRO DE GUILFORD
Pocas películas han conseguido en los últimos años una síntesis tan perfecta entre lo individual y lo social, entre lo global y lo particular, como “En el nombre del padre” de Jim Sheridan. Porque la película –adaptación cinematográfica de las memorias de Jerry Conlon, publicadas con el título de “Demostrado inocente”– no sólo tiene el mérito de haber resumido a la perfección la dramática peripecia de los “cuatro de Guilford”, sino que, además, posee la gran virtud de haber reconstruido con extrema fidelidad un ambiente próximo y, lo que es más importante, una atmósfera histórica marcada por la convulsión social. La cámara de Peter Biziou aprisiona en el celuloide la peculiar luz de Irlanda, conjugando, dramáticamente el gris plomizo del cielo con los tonos rojizos de las casas proletarias de Belfast. John Bergin viste a sus personajes inspirándose en los últimos coletazos de la moda hippie de los 70: cabellos largos y tejanos acampanados. La música es cosa de Bono, Gavin Friday, Maurice Seezer o Sinead O, Connor y el rostro, de actores irlandeses como Marie Jones o Don Baker; mientras la batuta de la dirección la empuña y no por azar, una de las principales figuras de la escena cultural irlandesa, el director de “Mi pie izquierdo” y “El Prado”, Jim Sheridan. Siendo como es “En el nombre del padre” una película inequívocamente irlandesa, no por ello cierra el camino a la participación inglesa: Daniel Day-Levys, Emma Thompson o el excelente Pete Postlethwaite, aportan su extraordinario trabajo a un esfuerzo colectivo que, superando los estrechos límites fronterizos, busca por encima de todo contribuir a la dignificación del individuo.
El resultado es una obra absorbente, tremendamente sólida en lo que hace a guión y personajes y profundamente humana en su análisis de las relaciones paterno-filiales y en los hechos que relata. Porque el film de Sheridan es documento y drama, testimonio y tragedia individual, denuncia feroz de un sistema judicial y melodrama dickensiano, crónica de la vida carcelaria y relato de marginalidad.. Todo esto y mucho más a partir del atentado terrorista perpetrado por el IRA en la noche del 5 de octubre de 1974 contra dos “pubs” de Guildford frecuentados por soldados ingleses y la posterior condena y encarcelamiento de un grupo de irlandeses inocentes que serían liberados quince años después por el empeño de Giuseppe Conlon y la obstinación y el coraje de la abogada Gareth Peirce. Una película en la que tan importante es la reflexión sobre la monstruosa injusticia cometida contra los inocentes, como el análisis de la relación padre-hijo o el proceso de madurez que lleva al segundo a desvincularse de la influencia de Joe McAndrew, para acabar comprendiendo, en todo su valor, el ejemplo de su padre. Gerry Conlon es el hilo conductor de esta historia, el desencadenante del drama y el personaje-guía a través del cual se articula el desarrollo dramático del film. Todo un bombón de personaje cuyos diferentes estados emocionales dan pie a Daniel Day-Levys para llevar a cabo un auténtico recital interpretativo en el que, sucesivamente, nos va mostrando al despreocupado ratero de Belfast, al asustado sospechoso víctima de las torturas policiales, al joven fascinado por la dureza del terrorista, al escéptico que ya no confía en la justicia y, por fin, al enrabietado y jubiloso hombre que ve reconocida su inocencia. Junto a él, la solidez interpretativa de un “duro” del cine y la escena inglesa como Pete Postlethwaite, la firmeza y dulzura de Emma Thompson y el debú prometedor del cantante Don Baker.
Películas como “En el nombre del padre” demuestran el poder del cine para remover las conciencias. Historias sacadas de la realidad, apoyadas en la fuerza de los hechos y sustentadas en el talento de sus autores, logran, gracias al poder de la imagen, provocar sensaciones, reflexiones e ideas sobre el mundo en que vivimos. Y cuando, como en este caso, el tremendo poder de sugestión del cine se pone al servicio del ciudadano denunciando la prepotencia de los poderes establecidos, entonces, es un grito de libertad que multiplica y agiganta la callada queja del individuo. Un libro, como una película, puede ser un arma para defender la libertad, encender la mecha de la guerra, propagar el odio o extender el radio del amor. “En el nombre del padre” elige el mejor de los caminos: la defensa del individuo frente a un sistema policial y kafkiano, el arte como último reducto, como postrer apoyo del ser humano, cuando todo lo demás se derrumba a su alrededor.