ALGUNOS HOMBRES BUENOS
Director: Rob Reiner
Guión: Aarón Sorkin
Fotografía: Robert Richardson
Intérpretes: Tom Cruise, Jack Nicholson, Demi Moore, Kevin Bacon
EL FASCISMO ORDINARIO
El primero de los muchos aciertos de “Algunos hombres buenos”, basada en una obra teatral y con magnífico guion de Aarón Sorkin, se encuentra en la asombrosa facilidad con que Rob Reiner ha resuelto la espinosa cuestión de las adaptaciones teatrales. Si James Foley (“Glengarry ...”) fracasaba en el intento, Reiner, exquisito director de “Cuenta conmigo”, convierte esta ya tópica dificultad en algo tan simple, al parecer, como un juego de niños. Y lo hace con tal limpieza y soltura que sus “salidas al exterior”, lejos de perjudicar al texto, apuntalan y amplían sus ideas de forma magistral.
No conocemos la obra original, pero imaginamos que sus decorados no irán más allá de un par de despachos y la sala del juicio. Recordemos, pues, algunas escenas “no teatrales” de Reiner para entender porqué las relaciones cine-teatro pueden y deben ser algo más que el simple registro de esos “tiempos muertos” que procuran la transición entre una y otra escena. Reiner comienza con una espléndida panorámica que muestra los confines de la base de Guantánamo, o sea, un recurso puramente cinematográfico pero que, además, pone ya de relieve la situación de aislamiento en que viven sus ocupantes.
También Reiner dedica su atención al comienzo del film a los diversos ejercicios, cuasi circenses, de los soldados, para hacer de esta forma un perverso comentario al estúpido automatismo que se exige en los campamentos militares. Otro de estos ejemplos de puro cine es el montaje –imposible en teatro- con que nos muestra el ceremonioso suicidio, próximo a Mishima, de uno de los militares implicados. Por si fuera poco, utilizando un recurso narrativo como el flash-back, Reiner encaja, en el momento oportuno, la secuencia en la que el jefe militar ordena la puesta en marcha del Código Rojo. Un flash-back preciso, eficaz y oportuno.
Bastan estos ejemplos para comprender que la función del director de cine (y de los guionistas) ante la obra teatral va más allá de las posibilidades de acercamiento que permite la cámara y que el texto teatral, lejos de ser una rémora, constituye una fuente continua de inspiración visual. Reiner resuelve, sin desmadres ni gratuidades, de forma ejemplar, lo que para muchos sigue siendo un problema de difícil solución.
Pero la película es algo más, mucho más. El interés del director se centra en ella en los auténticos contrapesos de la democracia, con su tesis, tan vieja como Montesquieu, de que sólo el correcto funcionamiento del poder judicial, asegura el orden democrático y con la presentación de unos hechos, nada inverosímiles, que evidencian la presencia en el seno de las democracias más consolidadas, de las oscuras fuerzas de la intransigencia y el fascismo. Y concluye con un mensaje ético elemental: que la vida y la dignidad del individuo están muy por encima de toda esa retórica nazi sobre la disciplina y el orden.
“Algunos hombres buenos” no es una película de suspense. El acto criminal, sus autores materiales y el máximo responsable del delito, se conocen ya a los quince minutos de proyección. Y, a pesar de ello, la película no deja de progresar dramáticamente, manteniendo al espectador literalmente fascinado por lo que ve y por lo que escucha. Por último, matrícula de honor para todo el reparto y, especialmente, para Jack Nicholson. El paroxismo de su escena final, su arrebatado discurso fascistoide merece, por razones de contraste, el más imperturbable Oscar de la tolerancia y la libertad. Sobre esta película, totalmente gratificante de principio a fin, que merece verse cuantas veces sea necesario, deberían llover los premios. Dicen que Nicholson cobró 1.300 millones de pesetas por su trabajo. Nos parece poco. Cualquier productora pagaría lo que fuera necesario por tenerle en alguno de sus productos, a sabiendas de que su prodigioso talento es enormemente rentable. El lo sabe. Incluso -como ya declaró en su día- se permitió rechazar cantidades muchos mayores con posterioridad a esta película alegando que no disponía de suficiente vida para gastar su enorme fortuna, aunque ello no le impida, por supuesto, actuar gratis en muchas ocasiones desde la cancha de sus admirados Los Angeles Lakers.
Antonio Gregori (26 diciembre 1992)