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Entrevista a Négar Djavadi

  Entrevista por correo. Irán/Francia. Moriarty. Julio 2017. NÉGAR DJAVADI Nació en Teherán en 1969, en el seno de una…


 

Entrevista por correo. Irán/Francia.

Moriarty. Julio 2017.

NÉGAR DJAVADI

Nació en Teherán en 1969, en el seno de una familia de intelectuales opuestos, tanto al régimen del Sah como al de la Revolución Islámica del Ayatolah Jomeini. Después de atravesar a caballo las montañas de Kurdistán, llegó a Francia junto con su madre y sus dos hermanas, cuando tenía once años de edad.

En 1994 se graduó en la Escuela de Cine de Bruselas y ha trabajado como guionista y montadora, además de haber realizado cuatro cortometrajes.

DESORIENTAL es su primera novela.

“DESORIENTAL”

 (Editorial MALPASO)

 

MORIARTY.- Usted nació en Teherán y llegó a Francia cuando tenía once años de edad. Su primera novela es DESORIENTAL. El título y la historia que cuenta aluden al intento por integrarse en una nueva cultura como es la francesa (o la occidental). Pero esto supone un esfuerzo paralelo por desintegrarse de su propia cultura. ¿Es posible lograrlo? ¿Todo es cuestión de tiempo, o nunca es posible desvincularse del todo de su país de origen?

NÉGAR DJAVADI.- Ante todo, querría precisar que esta no es mi historia. Se inspira, claro, en lo que he podido vivir en los años setenta (sobre todo durante la revolución), pero muchos de los elementos que existen en el libro, que Kimia y/o su familia viven, no los he vivido. En efecto, el título hace referencia a esta impresión que puede existir cuando se vive lejos del hogar, de no ser más quienes éramos. ¿Qué significa ser oriental fuera de Oriente? ¿Y ser iraní? Estas preguntas pueden hacérselas también personas de otros países. El hecho de no vivir en lo cotidiano en el seno de una cultura crea inevitablemente una distancia con esta cultura. Y más aún, teniendo en cuenta que la cultura –si por cultura entendemos, por ejemplo, la lengua, la manera de relacionarse con el mundo, o incluso el arte (cine, literatura, música)- es algo en movimiento, cambiante. Existe un poso cultural, como un denominador común, pero está rodeado de parámetros que circulan, se enriquecen, se complejizan a medida que el tiempo pasa. De hecho, el no vivir más en un país conduce, irremediablemente, a no sentirse totalmente, enteramente de acuerdo con sus preocupaciones, aspiraciones, esperanzas y cultura.

M.- Usted reconoce a lo largo de su libro que esa desintegración no es posible al cien por cien. Por ejemplo, admite que si hubiera un dios de la mentira debería ser persa y que por mucho que  pasara ese dios seguiría con usted. ¿Quiere eso decir que es imposible la integración total?

N. D.- Esto depende de qué entendamos por «total». Si se trata de respetar las leyes y la manera de vivir de la gente de ese país, de compartir sus deseos y aspiraciones, de sentirse parte de los sucesos que dan ritmo o conmocionan a la sociedad, sí, esto es posible. Pero si se trata de tener exactamente el mismo comportamiento, no. Sin duda. El sistema de valores en el que crecemos, que se nos inculca desde la infancia, es difícil de olvidar. Por ejemplo, el trato a los mayores. Los orientales les respetamos hasta el punto de que es difícil contradecirles, incluso cuando sabemos que se equivocan. Los niños son educados para ello y son regañados severamente si no lo cumplen. No es el caso de Occidente, al menos en Francia. Cuando hemos asumido este hábito, es difícil deshacerse de él.

M.- A pesar de vivir una época de globalización, el extranjero, el “diferente” nunca parece escapar al control de los habitantes del lugar, en este caso, los franceses. ¿Se siente extranjera a pesar del tiempo que ha pasado en este país?

N.D.- Es una pregunta compleja en la medida en que yo, personalmente, no me siento extranjera. Al menos no al despertarme por la mañana y empezar mi jornada. Pero debido a mi nombre, mi apellido y mi físico, hacen alusión, no siempre, pero a menudo, al hecho de que no soy de aquí. Esto puede ir desde una simple pregunta sobre mis orígenes hasta preguntas sobre Irán, su política y su futuro. De hecho, diría que nunca estoy tranquila con respecto a esta cuestión, nunca estoy tranquila con este tema. Me retrotraen al lugar del que vengo y esto crea un sentimiento de no pertenencia. Al mismo tiempo, fuera de París, que es una ciudad cosmopolita, me puedo sentir extranjera cuando viajo a la Francia profunda.

M.- Usted articula su novela repasando la historia reciente de su país desde comienzos del siglo XX y el retrato de su familia desde los tiempos de su bisabuelo. Sus padres eran de izquierdas y se opusieron tanto al régimen del Sah como al de Jomeini. ¿Esta disconformidad con los avatares políticos de Irán, este rechazo, hace más fácil la desintegración?

N.D.- Sin duda. En cierto modo puedo pensar que Irán nos ha rechazado, los ha rechazado, incluso sabiendo muy bien que se trata de un régimen político y no de un pueblo en su conjunto. Sin embargo, queda el sentimiento de que a tu país de nacimiento no le interesas. Pero es cierto que, desde el instante en que dejamos el país,  ha habido una ruptura clara. La imposibilidad de volver a causa de las actividades políticas de mis padres ha hecho más fácil integrarse en otra cultura. No estoy entre dos paises, dos culturas, en mi vida cotidiana. Como otros inmigrantes, no hay dudas en este sentido. Sé que mi vida está en Francia y que es aquí donde debo construirme. Como dice la abuela de Kimiâ en el libro respecto a Armenia, hoy Irán se ha convertido para mí en mis « tierras de interior »

M.- El régimen del Sah apareció ente Occidente como un intento por modernizar el país. De pronto los iranís eran libres para ver las famosas series de la época, “Colombo” o “La casa de la pradera”, bebían Coca-Cola o comían en los KFC. Sin embargo, tal como ha sucedido en otros países víctimas de esa forma de colonialismo yanqui, esa “modernización” es algo ilusorio ya que, como usted advierte en su novela, la verdadera modernización es la implantación real de la justicia y la igualdad, de la seguridad y la confianza. ¿Ha habido en la historia de su país algún período histórico en el que se dieran estas condiciones?

N.D.- No, al menos en su historia reciente. Por su posición geopolítica entre Oriente y Occidente, por sus recursos también, -el petróleo ante todo-  Irán ha sido siempre un país inestable políticamente. Un país que ha conocido múltiples invasiones, pero también un país grande con pueblos muy distintos que no se conocen entre ellos y no se mezclan. Sin embargo, en el momento de la llegada al poder de Mohammed Mossadegh, en los años 50, sopló un viento de esperanza sobre el país. Mossadegh era un primer ministro elegido democráticamente (a través del Parlamento). Era una persona erudita, ilustrada, no corrupta, que actuaba partiendo de los intereses del país. En esta época, el Sah no se había apropiado de todos los poderes y Mossadegh era un verdadero jefe de gobierno. Pero el golpe de Estado fomentado por ingleses y americanos (la operación Ajax) para tumbarlo,  puso fin a este corto período y alteró el destino de Irán.

M.- Sin ningún deseo de serspoiler” usted se refiere al “Acontecimiento”. Y nos hace recordar una terrible frase del ayatolah Jomeini: “La flecha está lanzada”. Es una amenaza contra sus enemigos se encuentren donde se encuentren. Algo parecido sucede ahora con los actos terroristas de Daesh. ¿A medida que el mundo se hace más globalizado se hace también más inseguro?

N.D.- Creo que la llegada de Jomeini al poder fue sin lugar a dudas una vuelta atrás en la historia contemporánea. Él sentó las bases de lo que hoy llamamos el «Islam político». Señaló a Occidente como enemigo, reavivó el conflicto sunita/chiita y planeó atentados en suelo extranjero. Pero en aquella época no había internet. El Daesh se inscribe en otro mundo, el de Internet, las redes sociales, las imágenes que circulan a una velocidad vertiginosa. El Daesh se aprovecha de las debilidades de las sociedades occidentales para crear un ejército que va más allá de Oriente. Su estrategia es diferente a la de un Jomeini anclado en Oriente, porque sus medios son diferentes. En efecto, hoy en día la tentación de la jihad está totalmente mundializada y sobrepasa incluso al Daesh. Se ha superado el obstáculo y cualquiera puede cometer un atentado sin pasar siquiera por las tierras del Daesh.

M.- En su libro es frecuente encontrarse con llamadas a pie de página donde acude a Wikipedia para desarrollar o aclarar algún hecho histórico. También se anticipa al pensamiento del lector en alguna ocasión, por ejemplo,  cuando habla de su relación con Tom (“Pero, bueno, ¿es lesbiana o no?”). Y, al final, detalla el elenco de los personajes para disipar cualquier duda. Está claro que le preocupa mucho saber que alguien tiene su libro en sus manos. ¿Piensa en el lector a pesar de la no linealidad de su historia?

N. D.- ¡Por supuesto ! Estas notas tienen que ver, sobre todo, con la historia de Irán y quería que el lector no se perdiera y pudiese visualizar la geografía o conocer los detalles que no hubiera podido integrar en el texto sin gran esfuerzo. Además, se trataba para mí de un juego con el lector, una manera de entrar en una mayor complicidad.

M.- Volviendo al tema de la homosexualidad femenina de Kimia, es verdad que a los occidentales nos sorprende el que en Irán sean legales las operaciones de cambio de sexo y, sin embargo, se  castigue con la muerte la homosexualidad. La explicación que da usted es que en su país de origen hay que ser “algo” (hombre o mujer en este caso). En una palabra, ¿la explicación es que no se admite la ambigüedad?

N.D.- Lo que no se admite es ser « diferente », salir del círculo familiar, mantenerse al margen. Cuando alguien cambia de sexo (algo que siempre ha estado admitido) no sale del círculo. Lo reintegramos de otra manera, con otro género y, al cabo de un tiempo, nos volvemos normales de nuevo. Pero ser homosexual es exponerse como individuo, decir « yo », salir del rebaño. Esto se hace muy difícil de asumir en una sociedad donde el individuo no existe como tal y donde la familia importa más que uno mismo.

M.- Nos gustan mucho las descripciones que usted hace de sus personajes porque en ellas hay música, imágenes y olores. Como cuando describe a Anna o a su tío Marteen Maes. De la misma manera creo que acierta de pleno a la hora de describir a los franceses, los belgas o los holandeses. ¿Es cierto que el exilio ayuda a desarrollar el olfato, la vista y los demás sentidos cuando observamos a los “otros”?

N.D.- No puedo responder realmente a esta pregunta porque descubrí el exilio con once años, dicho de otro modo, a la salida de la infancia. Mi adolescencia y mi edad adulta han estado moldeadas por el exilio. No tengo otros referentes. Si hubiera venido a Francia con veinte años, si hubiera conocido el mundo de otro modo, con otros ojos, hubiera podido comparar y ver una diferencia. Pero mi percepción del otro ha sido siempre a partir del exilio.

M.- En todo su libro  hay continuas referencias a la familia. Es más, en cierto sentido también es una obra “sobre” la familia. Sobre el papel que desempeña en nuestras vidas, sobre la forma en que nos condiciona, en que nos hace entender la vida. Pero este concepto de la familia tiene más que ver con oriente que con occidente. ¿Desvincularse, liberarse de la familia, independizarse, es otra forma de ser “desoriental”?

N.D.- Cuando vives fuera de tu país de origen, la familia adopta una dimensión diferente, ya que se convierte en el único « territorio » que te vincula de un modo u otro a ese lugar. En su seno se perpetúan hábitos ligados a ese país, como la comida, por ejemplo. También la lengua pervive y los recuerdos, el pasado. De hecho, la familia « impide » formar parte completamente del país de adopción, pues su rol es, justamente, el de hacer perdurar vívidamente esta otra cultura. Es necesario aprender, no solamente desprenderse (pues entonces estaríamos solos en el mundo), pero pasando por un proceso de selección, tanto en los sentimientos como en la cultura de origen. Hay que aprender a analizar, a desarrollar un espíritu crítico respecto a ella, a oponerse a aquello que trata de imponer para poder avanzar y crearse un porvenir. En cierto modo, convertirse en un individuo consciente de sí mismo, de sus deseos y obstáculos que impiden realizarlos. Cosa que, de hecho, contribuye a desprenderse de esta « orientalidad » que te acompaña hasta ahí, al menos en parte, para hacer sitio y acoger ese nuevo mundo que se abre para tí.


M.- ¿En este mismo contexto -la importancia de la familia y de los hijos- hay que entender el deseo de Kimia por ser madre a través de la inseminación artificial, además de formar una familia con Anna?

N.D.- Su deseo de ser madre viene dado, más bien, por su deseo de dejar por fin de dar vueltas y echar raíces. En lugar del exilio, Kimiâ elige rápidamente la errancia. Pero llega un momento en que hay que parar de vagar por el mundo. Hay que aprender a aterrizar, a entregarse a un territorio, a una tierra. No es tanto una obligación como un sentimiento, las ganas de no dispersarse más, de crear un hogar acogedor. Y ¿qué puede establecerte más que una criatura ? Una criatura cuyo país será Francia.

M.- Dice usted, con razón, que todos tenemos un mecanismo de defensa que nos permite vivir el día a día sin importarnos el dolor que nos rodea. ¿Cuál es el suyo, el cine, la escritura? ¿Piensa como Nietzsche que “tenemos el arte para no morir de la verdad”?

N.D.- Sí, completamente. Tenemos un instinto de supervivencia más fuerte que las penas y el sufrimiento. Algo animal que surge en nosotros ante episodios y situaciones muy humanas como el exilio, el rechazo o atentados como los recientes. Pero se trata de una fuerza que puede agotarse a fuerza de uso. No somos todos iguales a ese nivel, sin duda. En algunas personas esta fuerza se agota antes que en otras.

M.- ¿Es usted una cineasta que escribe o una escritora que aplica su cámara –su mirada- a la letra impresa?

N.D.- No lo sé realmente. Lo que sí sé es que pienso en imágenes. Visualizo antes de escribir. Las palabras vienen después de las imágenes y son imágenes aquello que trato de describir. El cine es un arte que puede transmitirse aunque se hablen lenguas distintas (el cine mudo, por ejemplo) y es, sin duda, por esta razón que lo siento como propio. No hay conflicto entre el francés y el persa dentro del cine. La imagen es inmediatamente universal y comprensible a todos.

M.- Nos gustaría que nos hablara de sus cortometrajes. ¿Qué temas abordan? ¿En qué soporte están realizados? ¿Cuál ha sido su carrera?

N.D.- Estudié en una escuela de cine en Bruselas, especialidades técnicas como imagen y montaje. Como la escritura, hice mis cortos porque me apetecía. Abordan temas como el exilio, la frontera o la vejez. A través de ellos trato de ligar mis ganas de escribir y las imágenes que cruzan por mi mente. De hecho, en el primero, L’espace désolé, no hay palabras. Solo imagen y sonido, filmado en la frontera entre Francia y Bélgica. Haciendo cortometrajes he trabajado como asistente de cámara, también como cámara y, en un momento dado, pude escoger entre continuar como escritora o como técnica. Y escogí la escritura como guionista. Hace cerca de diez años que no dirijo una película, en el fondo no estoy hecha para dirigir un equipo, decenas de personas. Hay que ser un líder para hacer una película, hay que amar dirigir y hacer resistir a los demás contra viento y marea. Y no me creo capaz de eso.

M.-  El cine iraní es de una gran calidad. Es, sin duda, una de las cinematografías más interesantes del panorama actual para todos los que estamos contra el “cine de palomitas” que nos llega de Hollywood. ¿Qué opinión le merecen a usted directores como…. Kiarostami, Farhadi, Majidi, Jafar Panchi, Makhmalbap etc. ¿A qué atribuye el enorme éxito del cine iraní en los últimos años?

N.D.- El cine iraní de los años 80/90 era muy distinto al cine iraní actual. En los años 80/90, el cine iraní estaba muy anclado en la cultura iraní que describe el mundo a través de símbolos. Los iranís son grandes apasionados de la poesía y el cine de esta época tenía este color poético, simbólico, y para mí, que soy nacida en esta cultura y había visto películas iraníes antes de Kiarostami, era menos novedoso que para los occidentales. Su estilo se acerca al de la poesía persa contemporánea. Me parece que Farhadi ha revolucionado la situación proponiendo películas muy iraníes que a la vez proponen un lenguaje más cinematográfico, más realista, que pueda funcionar en cualquier país. El cine iraní se ha modernizado, de alguna manera, desprendiéndose de la cultura iraní para utilizar códigos y géneros occidentales, como el thriller o el género policíaco. De hecho, el cine aborda problemas de la sociedad iraní actual con franqueza y sinceridad. Incluso a pesar de que la censura es muy fuerte allí, el cine consigue transmitir al resto del mundo qué ocurre en Irán, mostrar aquello contra lo que luchan y por qué.

M.- ¿Volverá a la escritura o se centrará en el cine?

N.D.- Espero poder conciliar ambos y avanzar en los dos medios.

M.- La música ocupa un lugar destacado en “Desoriental”, sobre todo en su Cara B. Tenemos por costumbre acabar estas entrevistas con un tema musical y, al principio, pensamos en  “Johnny verso” del disco “Disenchanted” de  Communards, pero a medida que avanzábamos en su lectura íbamos añadiendo nuevos temas o nuevos músicos, de modo que le pedimos a usted la elección del tema que cierre esta entrevista. ¿Cuál es su elección?

N.D.- ¡Su elección me parece perfecta! Pero, ya que estamos en el verano de 2017 y no  en los 80, ¿ por qué no escuchar una de Devendra Benhar, como « Never Seen Such Good Things »?

M.- Muchas gracias, Négar.

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